Política

Iglesias, el mesías del populismo

«Hay un hilo conductor que une a todos los populistas, sin importar su signo, que pasa por la propaganda, la mentira y la persecución de los disidentes»

Todo indica que la pandemia llega a su fin y que la normalidad se irá imponiendo. La situación de excepcionalidad que hemos vivido en este período ha permitido excesos o actuaciones que ya no serán posibles. El uso y abuso de los reales decretos ley, los vacíos informativos, el obstruccionismo o la arbitrariedad son prácticas impropias de una democracia de calidad. La urgencia y los problemas que se tenían que afrontar han hecho que quedaran en un segundo plano. A esto se ha unido la simpatía que despierta la izquierda entre los periodistas y medios de comunicación. Lo que hemos vivido sería impensable con un gobierno de centro derecha. La desactivación de los dirigentes de Podemos ha sido un factor clave. Han aparcado el populismo y la demagogia a cambio de cargos públicos y coches oficiales. Le hubieran hecho la vida imposible a Sánchez. No hay nada mejor que el ascensor social de la política para olvidarse de los índices de pobreza, el desempleo, los desahucios, el precio de la luz y tantos otros temas que ahora no merecen su movilización a diferencia de lo que sucedía cuando gobernaba el PP.

Este comportamiento explica el retroceso electoral de Podemos y que Iglesias haya irrumpido al rescate de sus camaradas. Al mejor estilo del «doctor Jekyll y míster Hyde», el protagonista de la novela de Robert Louis Stevenson, el tertuliano populista pretende ser la conciencia de la izquierda antisistema. Por ello, ataca a Sánchez y al PSOE, pero no se olvida de arremeter contra su antigua amiga Yolanda Díaz que no ha querido ser su marioneta. Estoy convencido de que debe aburrirse como columnista y tertuliano, porque es difícil desengancharse del coche oficial y el foco mediático. A Iglesias le sucede como las viejas vedetes, que tuvieron su momento de gloria y quieren vivir del pasado. Es la historia de un político, como tantos otros, que despertó grandes expectativas, pero fue devorado por su vacuidad e inconsistencia. Le faltó la resistencia y tenacidad de Sánchez, que tuvo que luchar muy duro y contra enemigos muy poderosos para conseguir el liderazgo del PSOE. En cambio, al exvicepresidente todo le resultó muy fácil desde niño y es lógico que pasara de un juguete a otro cuando se aburría. Es incomprensible que consiguiera sentarse en el consejo de ministros y luego destrozara a su propio partido por culpa de su caprichosa volatilidad. En lugar de dedicarse a coordinar a los ministros de Podemos y hacer política con mayúsculas, se aburría y añoraba los tiempos del activismo y la presencia como tertuliano en los medios de comunicación.

Díaz es la única esperanza que tiene Podemos para sobrevivir. Iglesias y sus marionetas tienen muy poca credibilidad a pesar de su permanente sobreactuación y demagogia. Es verdad que les queda un electorado fiel, pero solo pueden aspirar a ser las comparsas de Sánchez. Las mentiras tienen las patitas muy cortas y la desafección es consecuencia de sus incumplimientos, pero también del cambio de vida que han protagonizado los dirigentes de Podemos. Han pasado de criticar las castas y el sistema a convertirse en unos fervientes defensores. No han aguantado bien el paso del tiempo y tienen la suerte de que muchos periodistas les sigan mirando con simpatía. Hay una reacción benevolente que nunca aplican al PP o a Vox. No hay más que ver los ataques inmisericordes que recibe el centro derecha. Es una lucha sin cuartel.

Las elecciones de Castilla y León serán un nuevo indicador de la fortaleza de la coalición gobernante y de cada uno de los partidos que la forman. La arrogancia de Iglesias se puede encontrar de frente con la realidad, aunque es cierto que le importa poco, porque seguirá con su estrategia de telepredicador. El comunismo solo consigue alcanzar el poder por medio de la violencia y a partir de ese momento, como no le gusta la realidad, emprende la reeducación de la sociedad para acabar con los elementos desafectos. Por eso, Iglesias ataca a los periodistas y los medios de comunicación que no le complacen y articula un discurso basado en la propaganda. Lo importante no es el fondo sino la forma. Es algo consustancial a todos los dictadores y demagogos. Hay que identificar a los enemigos, descalificar a los adversarios y ofrecer fórmulas populistas que signifiquen soluciones fáciles a problemas complejos.

La realidad es luego más sombría e inquietante como sucedió en la Unión Soviética de Lenin y Stalin, la Francia del Terror de Robespierre, la Camboya de Pol Pot, la China de Mao, la Albania de Enver Hoxha, la Cuba de los Castro, la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini o la Venezuela de Maduro. Hay un hilo conductor que une a todos los populistas, sin importar su signo, que pasa por la propaganda, la mentira y la persecución de los disidentes. No aceptan la crítica y la diversidad, porque se consideran en posesión de la verdad absoluta. Por ello, convierten su ideología en una religión laica que tiene que ser abrazada con la fe del carbonero. No hay más que escuchar a Iglesias, Montero, Belarra y tantos otros de sus camaradas para entender que solo buscan creyentes que confíen ciegamente en el «paraíso» del comunismo. El exvicepresidente quiere ser el mesías del populismo, aunque su trayectoria le ha restado la credibilidad que un día tuvo entre su parroquia. La incoherencia se paga cara, pero seguirá descalificando a sus adversarios y aliados, porque ahora se siente libre para ejercer de predicador y supremo inquisidor de la política española. Al final ha mostrado su auténtica cara y defraudado a mucha gente.