Partido Popular
Pablo en su metaverso
Este negociado requiere de virtudes que no son solo la honradez o el amor al país, sino más bien la capacidad para rodearse de los mejores, aunque sean versos sueltos
¡Qué escándalo, aquí se espía! Más de un íntimo colaborador de Pablo Casado, a buen seguro que no habrá dudado esta semana en pronunciar, según entraba en la sede de Genova-13 la famosa hipócrita frase de capitán Renault en Casablanca contemplando la redada en el local de Rick del que tanto se había beneficiado tiempo antes el gendarme. Reconozcamos que, para cualquiera de los que estamos sujetos a la condición humana debe de ser especialmente duro y difícil de asimilar el hecho de ver cómo se esfuma, –como si del regreso de un metaverso virtual se tratara– lo que tan solo hace unas semanas era contemplarse con no pocas posibilidades de ser el próximo presidente del Gobierno de España, previa travesía del desierto en forma de citas con las urnas –ahora llegaría la tercera y definitiva– también de ásperos cara a cara parlamentarios, de debates electorales televisivos y de fuegos cruzados en no pocas ocasiones injustos, que te obligan a marcar distancias con los nombres del pasado en tu partido, e incluso anunciar el cambio de sede sencillamente porque hay que justificarse sobre lo que no se tiene responsabilidad alguna. La situación ni siquiera es equiparable con la «amable patada» a Antonio Hernández Mancha, aquél otro presidente del partido que tuvo que practicar el vuelo sin motor previo puntapié desde Genova-13, mal asesorado en una moción de censura y traicionado por quienes se le acurrucaron cuando su árbol proyectaba una prometedora sombra.
Conocí a Pablo Casado hace ya unos cuantos años, cuando recién salido del vivero de Nuevas Generaciones entró a formar parte del gabinete del expresidente Aznar –incluso compartimos avión presidencial en varios viajes oficiales– y sin imaginar que alcanzaría la presidencia del partido tuve la impresión de que haría cosas importantes en la política. Pero este negociado requiere de virtudes que no son solo la honradez o el amor al país, sino más bien la capacidad para rodearse de los mejores, aunque sean versos sueltos, una mayor dosis de «malas pulgas» y ese tamiz que separa los asesoramientos saludables de los patógenos. Casado agarró la bandera de la unidad en el último congreso de su partido interponiéndose premonitoriamente frente a otra guerra cainita, pero aquella mascletá ilusionante fue derivando hacia lo peor para una formación con vocación de gobierno como es mirarse al ombligo del control interno de la organización por encima de una oposición sólida y decidida al gobierno socialista. Pablo ha pasado ya del metaverso al mundo real, pero también el PP, que tras el «reseteo» habrá de mostrar lo que quiere ser de mayor.
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