Guerra en Ucrania
El verdadero drama es la pinza Xi-Putin…
Estos dos dictadores se han conjurado para someter a las naciones libres
Sinceramente, nunca pensé que hubiera invasión de Ucrania. Digo invasión, y digo bien, porque me produce arcadas escuchar hablar de «guerra» cuando esto no es más que un posmoderno remedo de lo acontecido en Budapest en 1956 y en Praga en 1968. Un aplastamiento, un paseo militar, y nunca mejor dicho, implementado de la misma manera: con la fuerza bruta de los tanques. He sido uno más de la legión de periodistas, analistas y mediopensionistas a los que no se nos pasaba por la cabeza que Putin estuviera tan demenciado. Intuía que era más pragmático, entre otras razones, porque a él y a la panda de mafiosos que maneja Rusia no le viene precisamente bien el aluvión de sanciones comerciales y el bloqueo de cuentas y patrimonios decretados por el mundo libre. Y eso que no eran precisamente pocos los amigos rusos que me advertían: «No te tires a la piscina porque éste no desplaza 190.000 soldados y miles de tanques a la frontera para nada». Empecé a temerme lo peor en el instante mismo en el que se produjo la retirada de ese invisible General Invierno que representó el principio del fin de Hitler y Napoleón. Desaparecida la nieve y el hielo, en resumidas cuentas esas temperaturas por debajo de 20º bajo cero, no había obstáculo alguno para ocupar a sangre y fuego una Ucrania que sabe perfectamente de qué va el vecino del este, entre otras razones, porque el mayor asesino de la historia de la humanidad, Josef Stalin, se vengó de la rebeldía local provocando una hambruna (el Holodomor) que dejó 5 millones de muertos. Por no hablar de la que lio la dictadura soviética que busca resucitar Putin en esa central nuclear de Chernóbil que nunca se debió abrir y que, en cualquier caso, debía haberse clausurado una década antes de 1986, cuando saltó por los aires esparciendo veneno gaseoso por toda Europa. También hicimos oídos sordos a la sucesión de avisos a navegantes que iba lanzando urbi et orbi la Casa Blanca porque Biden está gagá, porque la CIA falló al certificar la existencia en Irak de unas armas de destrucción masiva que sólo existían en sus calenturientas mentes y porque volvió a equivocarse en el ecuador de agosto al vaticinar que la entrada de los talibanes en Kabul tardaría «tres o cuatro semanas» cuando fue cuestión de 48 horas. Más allá de esta aterradora coyuntura, el verdadero drama lo constituye otra realidad: la pinza Xi Jinping-Putin. Es abracadabrante que en pleno siglo XXI estemos prácticamente igual que hace un siglo: con este par de émulos de Mussolini y Hitler amenazando la democracia y exhibiendo unas ansias imperialistas que no se veían desde entonces. Lo de Ucrania es un juego de niños al lado de la que se puede liar en ese Estrecho de Formosa que separa la República Popular China de Taiwán. Éste sí que constituiría un punto de no retorno, el Pearl Harbour de nuestro tiempo, porque la isla es a efectos prácticos un protectorado estadounidense. Estos dos dictadores se han conjurado para someter a las naciones libres en un siglo que se suponía iba a ser el de la democracia plena, el empoderamiento de los ciudadanos y el de la economía de libre mercado. El gran desafío no es Ucrania sino este dúo de tiranos. Se repite la historia: la mal llamada gripe española de 1918 ha tenido su clon en el virus chino y el pulso de Hitler y Mussolini tiene su réplica posmoderna en Putin y Xi Jinping. Esperemos que este último reto quede en pacífica casualidad del destino.
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