África
Cuando Europa permite las matanzas, ¿quién podría detenerlas?
El abandono de ciertos países europeos de la misión EUTM en Malí evidencia una hipocresía imperdonable en lo que respecta a los Derechos Humanos
Europa, pese a sus sonados pecados y errores a lo largo de la Historia, se ha convertido desde hace décadas en el defensor por excelencia de los Derechos Humanos en todo el globo. Frente a los campos de concentración chinos en la provincia de Sinkiang, los asesinatos políticos en Rusia y las torturas de Guantánamo, Europa emerge como una potencia conjunta cuyos mayores representantes de los últimos años (desde Angela Merkel hasta el premio nobel Martti Ahtisaari) han luchado contra las injusticias que marcan nuestro tiempo. Que no son pocas. Prueba de ello es que ningún país de la Unión Europea contempla la pena de muerte en sus leyes, frente a las penas capitales que sí se ejecutan en Estados Unidos, China, Arabia Saudí o Egipto. Prueba de ello es el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, máximo organismo internacional para juzgar e investigar los crímenes cometidos por siniestros dictadores y señores de la guerra de todo pelaje.
Europa es un baluarte de seguridad. Las misiones militares de la UE en Libia, Somalia, Líbano o Malí han permitido una profesionalización de los ejércitos de dichas naciones, a la vez que se han realizado tareas de instrucción en lo relacionado el Derecho humanitario y cuya importancia se equipara a los entrenamientos puramente militares. Las misiones civiles de la UE en Malí, República Centroafricana o Somalia son fundamentales para fomentar la capacitación de estos Estados, de la misma manera que las misiones en Kosovo y Georgia procuran la paz y la seguridad de sus ciudadanos. Jamás se han escuchado noticias acerca de matanzas y genocidios perpetrados por la Unión Europea. Nunca han asomado escándalos relacionados con la tortura. Europa es, según datos de la ONU, el continente que más migración recibe, en su mayor medida procedente de países en guerra o situaciones de inestabilidad: los inmigrantes reconocen sin pudor que el mejor lugar para vivir es Europa. Porque en Europa nadie teme que un grupo de militares asesine a 300 inocentes de sopetón. Nadie teme que dos mil árabes vayan a matar a tiros a 400.000 sudaneses de etnias negras. Y nadie teme escribir la verdad, porque no existe el riesgo de morir “de forma accidental” a las cuatro de la madrugada. De los ocho países con mayor libertad de prensa (según el último informe de Reporteros Sin Fronteras), siete son europeos.
Pero ser el baluarte de los Derechos Humanos conlleva obligaciones. Europa, ya sea como medida de redención por las atrocidades perpetradas en el pasado o simple y llanamente por humanismo de primer grado, tiene la obligación de salvaguardar los derechos de los más necesitados. Cuando Europa decide interceder, nace la obligación de aguantar hasta el final del proceso. No puede ser que Europa invierta millones en la pacificación de un Estado para luego largarse a medio camino y dejarlo igual a como estaba, o peor, porque Europa correría entonces el peligro de ser tachada de sensacionalista, oportunista, egoísta, mediocre... Demasiadas veces he escuchado en países en vías de desarrollo la frase que dice: “la ayuda de Europa depende de cuándo toquen las elecciones”. Como si nuestra lucha por los Derechos Humanos fuera pura fachada, oportunismo político. Como si de verdad fuésemos los malos, los más malos de todos, los malos hipócritas, los malos que se señalan como los buenos, como hace Putin.
La misión europea en Malí (que comenzó en 2014), dedicada al entrenamiento de las tropas gubernamentales para combatir la amenaza yihadista, corre el peligro de desmoronarse. Alemania ya ha anunciado su retirada de la misión y Suecia pretende seguir la misma estrategia. Esta decisión se debe a dos razones: la primera, por la intromisión del Grupo Wagner en el país; la segunda, por la matanza de 300 civiles de Moura a manos de las FAMA (Fuerzas Armadas de Malí) en colaboración con los mercenarios rusos. La lógica de ciertos países europeos dictamina que no pueden proseguirse las tareas de entrenamiento a militares que después utilizan sus conocimientos para perpetrar matanzas. Entonces, en lugar de intensificar los entrenamientos y la formación en Derecho humanitario, Alemania y Suecia se lavan las manos y se marchan. ¿Qué defensor de los Derechos Humanos abandona en el preciso momento en que los Derechos Humanos sufren un riesgo mayor? ¿Qué imagen daría Europa si solo es “buena” cuando ser bueno es fácil? ¿Tienen razón quienes dicen que la ayuda Europea es oportunista? ¿Será que ni siquiera Europa puede salvaguardar los Derechos Humanos? Cuando incluso Europa permite las matanzas, ¿quién podría pararlas?
En julio de 2021, mercenarios rusos tirotearon a 12 civiles desarmados en República Centroafricana. La organización estadounidense Human Rights Watch reveló en 2019 los abusos que perpetraban los mercenarios rusos en este inestable país. Hace menos de un mes que 300 personas fueron asesinadas en el centro de Malí. Es vergonzoso para un europeo, a la par que esclarecedor, que ciertos países de la UE decidan lavarse las manos en el asunto, a la vez que se repite la excusa bíblica que ha perdurado durante milenios: “inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros”.
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