Pedro Sánchez
La ingeniería social de la izquierda
«Los que dieron la espalda al PP, porque no quedaba bien ser de derechas, sufren ahora la ineficiencia del Gobierno»
Una de las operaciones más brillantes del comunismo fue infiltrarse en el mundo intelectual. A pesar de ser una de las ideologías más genocidas, fanáticas y repugnantes de la Historia consiguió una notable simpatía de pintores, escultores, escritores, directores de cine, actores, profesores, periodistas… Una serie de palabras pasaron a ser patrimonio de la izquierda. Es algo que ha durado hasta nuestros días. El propio término progresista contrapuesto a conservador o moderado resulta mucho más atractivo. ¿A quién no le gusta el progreso? Los pijoprogres son una especie muy antigua, porque siempre hay un burgués o aristócrata con mala conciencia dispuesto a salvar a la clase trabajadora. Me gusta el término francés «gauche caviar» o la definición de «compañeros de viaje» para los tontos «intelectuales» que se vieron fascinados por el comunismo de la Unión Soviética. Por supuesto, cuando llegó el momento se produjo un tránsito al eurocomunismo, que fue la forma de blanquear una ideología genocida y dictatorial. Nadie hubiera comprado el euronazismo o el eurofascismo, pero eran los poderosos periodistas y los medios de izquierdas los que se encargaron de legitimar ese travestismo.
La realidad es que todos son la misma basura ideológica. Por supuesto, no incluyo a algunos despistados y a personas bienintencionadas seducidas por el mal. Es bueno tener presente que cualquier ideología totalitaria es deleznable. No se puede ser comunista, fascista, nacionalsocialista, anarquista, populista, defensor de las dictaduras militares… La lista es bastante amplia. Nada puede justificar que se abracen posiciones que son contrarias a la libertad. La democracia española corre un serio riesgo por culpa de los socios preferentes del PSOE, que son las formaciones menos recomendables del arco parlamentario. He de reconocer que no me importaría que Sánchez gobernara en solitario, porque sería mucho menos letal. No es que me haya vuelto socialista, sino que sigo siendo un firme y convencido defensor del bipartidismo imperfecto que tan buenos resultados ha dado a España. En cambio, ahora sufrimos a unas formaciones que tienen como objetivo declarado la destrucción de nuestro país. No es ninguna exageración. Es algo que une a Podemos, los independentistas y los herederos de ETA.
Sánchez tiene que navegar en aguas muy turbulentas para conseguir su objetivo de agotar la legislatura. Hay dos aspectos que le favorecen y que tienen un mismo hilo conductor que es el odio. El primero es la relación destructora de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. Es algo habitual a lo largo de la Historia, porque los comunistas acaban destruyéndose entre sí. No hay nada mejor que una buena purga. En segundo lugar, es la repetición de ese mismo esquema en el independentismo catalán. A esto se une que nadie quiere que caiga el Gobierno, porque saben que el centro derecha ganaría las elecciones y podría gobernar con tranquilidad. Por supuesto, la izquierda mediática está muy motivada en el objetivo de impedir que esto se produzca. No hay más que ver cómo agita el miedo ante la llegada de la ultraderecha mientras sueña con que los comunistas, los antisistema, los independentistas o los populistas puedan sumar con el PSOE en todas las administraciones.
Un aspecto inquietante de este tramo final de la legislatura es el retorno de la ingeniería social que tan grata resulta a la izquierda radical. Hay muchos socialistas que no se sienten cómodos con los aspectos más extremos, aunque han aplaudido ese bodrio de reforma educativa y me temo que harán lo mismo con la universitaria que pretende Subirats. Ese deterioro de la enseñanza superior permitirá que los amiguetes asalten las plazas de profesores y la mediocridad se instale en los campus públicos. Es un signo característico de la ingeniería social. El objetivo de todo ello es lograr muchos estómagos agradecidos que vivan del pesebre público. La izquierda política y mediática acoge como avances lo que son retrocesos sociales. La futura aprobación de la ley del «no es no» es otro disparate que criminaliza a los hombres como colectivo cargándose la presunción de inocencia y las garantías procesales para complacer los desvaríos y la ausencia de rigor de unas políticas inexpertas y fanáticas. Por supuesto, la reforma del aborto es otro «avance» en una sociedad deshumanizada donde se irá «progresando» con nuevas medidas, como será una ampliación de la eutanasia en el futuro.
La izquierda radical y los sindicatos quieren asaltar los consejos de administración. En cierta forma es una buena venganza para los frívolos empresarios o directivos pijoprogres que cobran muchos millones, pero que le hacían ascos a que gobernara el PP. Era muy chic tener yates, coches de alta gama, fincas, mansiones, sueldos y bonos millonarios mientras apoyaban a políticos y partidos para debilitar al centro derecha o, incluso, minimizaron los riesgos de que Podemos llegara al Gobierno. Al final, tendrán a los comisarios sindicales sentados en los consejos de administración. Es bueno aclarar que estos sindicatos politizados y demagógicos no tienen nada que ver con los alemanes. Los que dieron la espalda al PP, porque no quedaba bien ser de derechas, sufren ahora la ineficiencia e incompetencia de un Gobierno socialista comunista y una presión fiscal que acabará siendo confiscatoria para subvencionar todos los disparates de la izquierda radical. La ingeniería social se extiende entre el aplauso de una izquierda mediática y muchos empresarios y directivos miopes que no se dan cuenta de las consecuencias a medio plazo. Lo único que cabe esperar, por el bien de España y su sociedad, es que regrese el bipartidismo imperfecto y que algunos hayan aprendido de lo sufrido estos años. Un indicio es la simpatía que despierta el discurso claro, sólido y contundente de Ayuso en aquellos empresarios, directivos e intelectuales que hace no tanto tiempo criticaban al PP y se sentían centristas, o incluso de centro izquierda, como una frívola posición estética.
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