Incendios

Incendios, Greta y National Geographic

Conviene pues buscar las causas de la tragedia y afrontarlas, tal vez no culpando solo al cambio climático, sino abriendo el gran angular y sobre todo, no politizando la ecología

Al comienzo de esta semana pudimos contemplar la indicativa imagen del presidente del Gobierno escoltado por el presidente de la Junta de Extremadura con el fondo de desolación y cenizas en los incendios del valle del Jerte e inmediaciones de Monfragüe, paralelos a los de Zamora, Galicia y otros puntos del país presas de la desesperación acarreada por las llamas. Resultaba especialmente significativo el lapidario diagnóstico del presidente a propósito de unas causas que fiaba de manera casi exclusiva al cambio climático, –ya estaba Moncloa para recordarnos que Al Gore ¡Qué paren máquinas! Esta en la misma línea– diagnóstico superficial que, ajustándose en gran parte a la realidad deja no pocos interrogantes abiertos a propósito de si se está haciendo lo necesario para evitar una tragedia que asola el mapa nacional y que viene incluso a enfrentar a las teorías ecologistas más cafeteras con otras visiones no necesariamente negacionistas a la hora de contemplar causas y soluciones.

Una parte del ecologismo identificado con la mediática y facilona figura de la post adolescente Greta Thunberg ha conseguido cuajar, no solo en los idearios sino en las legislaciones de no pocas administraciones llamadas progresistas, en muchos casos teniendo más en cuenta las sobredosis de National Geographic que la realidad de un ámbito rural sobre la que, a los últimos que se pregunta es a quienes la viven en el día a día. Los incendios han puesto en pie de guerra a las asociaciones ecologistas que insisten en la adopción de medidas contra lo que acaba siendo un camino abierto a la especulación urbanística en las zonas afectadas, pero se ignora que el exceso de celo medioambiental acaba por evitar la limpieza de los montes o la creación de cortafuegos, impidiendo la eliminación de malezas que rodean a los pueblos o cierran caminos bajo la amenaza de duras denuncias, por no hablar de la imposibilidad de que el ganado paste en las sierras por decisión de muy comprometidos defensores de la naturaleza desde cómodos despachos de ciudad. Cabe recordar –y no es anecdótico– que todo un presidente como el de Sri Lanka acaba de abandonar su cargo de mala manera, entre otras cosas por la presión social tras los nefastos efectos económicos por la obligatoriedad de imponer la agricultura 100% orgánica. Conviene pues buscar las causas de la tragedia y afrontarlas, tal vez no culpando solo al cambio climático, sino abriendo el gran angular y sobre todo, no politizando la ecología. Hay mucho en juego.