Opinión

La luna y la espada

En la noche del viernes hemos tenido la luna muy cerca y una lluvia de estrellas fantástica. Nos hemos hartado a pedir deseos –de ilusión también se vive-, y al satélite le hemos mostrado el trasero, que dicen que trae buena suerte. Mi amiga Nelsy me avisó que a esta luna se le llama la del esturión; he hecho averiguaciones de por qué se llama como el pez que da el caviar, y me comentan que en la época de los nativos norteamericanos, el mes de más abundancia de este noble pescado era el de agosto. En mi ignorancia, desconocía que en América del Norte proliferaran –o proliferaban, no sé-, los animales de las huevas de oro; los hacía más de los países del Este de Europa, pero, en fin, nunca terminamos de aprender, y la curiosidad y el interés por hacer acopio de pequeñas y hasta inútiles sabidurías es una de las escasas virtudes que adornan a esta modesta escritora. También los hubo en el Guadalquivir y en otros ríos españoles, pero a causa de la proliferación de las presas, fueron desapareciendo y hasta extinguiéndose. Hoy se cultivan en piscifactorías en Granada y en el Valle de Arán, y, aunque el precio del caviar no es precisamente asequible, la carne del pez sí lo es. Lo dicho, que la luna del esturión derrame sus preciadas huevas sobre nuestros paladares. Mi coleguilla C.G. y yo se lo agradeceremos.

La otra cuestión de nuestro encabezamiento de hoy, o sea la espada, va del gesto del Rey en la toma de posesión del guerrillero Petro como presidente de Colombia, minúsculo de tamaño pero grande en sus ambiciones bolivarianas, que destruirán el país del ballenato y del café; del carnaval barranquillero y de la gozadera; de Gabo, Botero, Carlos Vives, Juanes y Andrés Cepeda. No tenía que haber ido, es cierto, pero su gesto me congracia con su persona porque le ha acercado al “¿por qué no te callas?” de su augusto padre, el añorado Rey Juan Carlos, a quien cada día se le echa más de menos. Ese regio gesto de no levantarse ante una de las espadas que presuntamente perteneció a Simón Bolívar, asesino que masacró a tantos españoles y héroe de toda la ultraizquierda iberoamericana y española, nos hace sentir a todos defendidos ante tamaño insulto, ante tamaña pantomima ridículamente indigenista. El Rey Padre se sentirá orgulloso del gesto de su sucesor porque es señal de que va aprendiendo maneras juancarlistas, al margen de las imposiciones que cada día le marcan desde Moncloa.

El podemismo en pleno se echa las manos a la cabeza, mientras algunos, sintiéndose en la Francia de Luis XVI, allá por 1750, piden guillotina para Felipe VI. Una no puede por menos que reírse, pensando que esos modales del Jefe del Estado hacen crecer el monarquismo, hacen que sus adeptos se multipliquen y fomentan la coherencia en las cabezas de quienes tienen que concurrir a las urnas y mandar a pudrirse en el infierno a quienes nos están fundiendo la vida a base de subidas de precios, subidas de temperaturas por falta de aire acondicionado y, en fin, subida en el generalizado hartazgo por tanta burla, por tanto cinismo, por tanto embuste.

CODA. En esta mitad de agosto me siento perpleja ante cosas que leo. Transcribo para que ustedes juzguen: “lo queer dice que la identidad sexual de las personas es el resultado de una construcción social. Se rechazan las categorías universales: homosexual, heterosexual, hombre, mujer… Lo queer no es una identidad fija sino una forma de ver el mundo”. Debo ser muy lerda, o que el ferragosto me tiene confundida, pero no asimilo este entrecomillado. Me suena a aquello de que “España es una unidad de destino en lo universal”.