Opinión

Integristas y fanáticos

Se cumple el quinto aniversario del atentado de Barcelona, aquel en el que se atropellaron los cuerpos, las vidas y los sueños de tantos en plena Rambla y que nos sacaba al resto, de golpe y al mismo tiempo, del verano y de la sensación de seguridad, de aquel «estas cosas aquí no pasan» tan confortable. Cinco años más tarde, tres condenados por aquello, ninguno de ellos como autor material de las muertes ni como autor intelectual de los ataques, dotan a la sentencia de un poso desabrido, un aroma amargo, como a reparación incompleta. Pero no se juzga en este mundo a los muertos, ya lo sabemos, y solo algunos creen que se hará en otro. Lo cierto es que son los que quedan y sufrieron, supervivientes y familiares de las víctimas, los que merecen atención, reconocimiento y conmiseración, pero parece que ni eso: el independentismo más radical ha sido incapaz de pensar en alguien más que en sí mismo, e inepto para respetar el dolor y el silencio de los presentes, exigía a gritos en pleno acto conmemorativo saber toda la verdad, aludiendo a la supuesta participación del Estado en el ataque. Y es que no hay hecho dramático que se libre de su propia teoría conspiratoria, ni uno solo. No iba a ser este diferente: si el imán de Ripoll, fallecido cerebro de los ataques, había sido confidente, eso demostraría que el CNI está en el ajo. Perfecto relato para un separatismo que ha hecho del victimismo oficio. Tampoco ayuda mucho, reconozcámoslo, que Villarejo, perejil de todas las salsas, afirmase en sede judicial que el CNI había calculado mal las consecuencias de «un pequeño susto» a Cataluña como método para resolver el tema del «procés».

Pero lo cierto es que los hechos han sido juzgados y la sentencia es clara. Y en ella no se hace referencia en ningún momento a vinculación alguna entre los servicios secretos españoles y la célula terrorista. Los tres condenados, dos de ellos por, entre otros delitos, pertenencia a organización terrorista, son los responsables de aquellos actos deleznables. Y utilizar el dolor de las víctimas por motivos ideológicos para obtener algún tipo de rédito, el que sea, es miserable.

Ni siquiera que incluso Josep Lluís Trapero descartase abiertamente, sin resquicio para la duda, cualquier implicación del CNI en el 17-A parece ayudar a que cejen en el empeño, aunque solo fuese por decoro, y el diputado de Junts per Catalunya Francesc de Dalmases insistía en esa vía, con asombrosa irresponsabilidad, pues manifestaciones como esa alientan actos despreciables como los de ayer. No puede sorprendernos pues que, al acabar el acto de homenaje, Laura Borrás, ex presidenta del Parlamento de Cataluña, se haya acercado a saludar efusivamente y agradecer su presencia a aquellos que se han dedicado a reventarlo con sus gritos y faltas de respeto y que, unos minutos antes, insultaban a las Fuerzas de Seguridad del Estado y despreciaban a las víctimas. Hay veces que la inmoralidad y el deshonor no son capaces de esconderse y ante nuestras narices se dan la mano con el fanatismo, la intolerancia y la xenofobia en impúdico baile exhibicionista. Lo aterrador es que ese fundamentalismo islámico que hace un lustro conseguía acabar con la vida de 16 personas dejando heridas a más de treinta, el que hace unos días trataba de acabar con la de Salman Rushdie, bebe, en esencia, del mismo fanatismo ciego del que lo hacen los integristas del separatismo que bramaban su odio en un homenaje robado a quienes debían ser sus protagonistas: las víctimas. A las que también han robado, ya me jode, estas líneas.