Defensa

Otros veraneos (y 8): Afganistán

«El último soldado se fue, pero el deseo humanitario de los soldados españoles de ayudar a los afganos, todavía está en las llanuras y montañas de Afganistán»

Cierro con esta octava tribuna un ciclo de testimonios de nuestros contingentes, unos alejados de España que cubren con su esfuerzo nuestra manta de seguridad, otros dentro de ella apoyando servicios fundamentales. He de reconocer que, en Somalia, Yibuti, Omán, Océano Indico o sobre las fronteras del este europeo operando desde Letonia, he encontrado –Tierra, Mar y Aire– a gentes excepcionales; no menos en la UME en un verano durísimo para ellos. Me detuve también en Iraq a raíz de unos graves incidentes en Bagdad, sabiendo que aún tenemos en la zona algo más de 300 efectivos.

Pero hoy, el lector atento se preguntará: ¿Afganistán? ¿No salieron nuestros últimos efectivos en agosto del pasado año? Cierto. Pero un grave atentado suicida ocurrido el viernes 2 de septiembre en una mezquita de Guzarga, Herat, me llevó a pensar preocupado: nosotros no estamos; pero ¿qué ha sido de aquella gente que durante dos décadas nos ayudó? ¿se han repatriado todos los solicitantes? ¿qué lazos mantenemos con ellos? Porque conocemos el coste que para nosotros tuvo la misión por la que pasaron 27.100 españoles, desde aquellas primeras Unidades de Montaña al mando del buen coronel Jaime Coll que llegaron a Kabul un gélido enero de 2002, hasta los últimos contingentes que se replegaron en 2021. Ciento dos fallecidos entre militares, guardias civiles y policías nacionales, además de dos intérpretes, otro centenar de heridos, junto al esfuerzo cercano al sacrificio de soldados, diplomáticos, personal de la AECID o TRAGSA y de cientos de colaboradores afganos, no merecen quedar en el olvido. Y cuando en la reciente celebración talibán del primer aniversario de la reconquista de Kabul celebrada con pompa militar en la base más importante que dejaron los EE.UU. –Bagran– nos llega la noticia del atentado de Herat que costó la vida a 21 personas entre ellas a Mujib Rahman Ansari destacado miembro del movimiento talibán, masacre inicialmente atribuida al Estado Islámico del Jorasán. Cuando constatamos que no es el primero ni será el último, es lógica la preocupación por las personas que dejamos allá.

Cuando pregunto al coronel Luis Herruzo, cinco años Agregado Militar en Kabul, profesor de Lengua y Literatura española en su Universidad de la que salieron la mayoría de los intérpretes, cual es el futuro de un pueblo al que respeta y quiere, habla de: «terror y sumisión a los Talibán, especialmente las mujeres, que se verán privadas de los más elementales derechos humanos; el país tardará muchos años en salir de esta situación; por sí mismos casi imposible». Y cuando pregunto por los colaboradores que dejamos allí, responde: «puedo asegurar que hicieron una magnífica labor con gran entrega y lealtad; supieron estar a la altura en los momentos más críticos del conflicto armado». Y añade: «es cierto que corren peligro; tengo fotografías y videos de algunos de ellos a los que han dado fuertes palizas». «Calculo que hay entre 1.500-2.000 colaboradores y familias pendientes de traslado o concesión de visado». «Es cierto que en el último año se han evacuado alrededor de 600 afganos; pero la mitad no son interpretes comprometidos con Fuerzas Armadas sino más bien “recomendados” de políticos y periodistas». Pide un esfuerzo, consciente de que no es fácil, a fin de «cumplir la promesa de no dejarlos abandonados» evitando que la repatriación total de peticionarios al ritmo actual no se resuelva hasta dentro de 4 o 5 años.

Si acudo a alguno de ellos ya en España, constituida una Asociación para la Amistad y el Refuerzo Intercultural Afgano-Española (ARIA-E), sus juicios tampoco son halagüeños: «Afganistán, me escribe Alí, se ha convertido en una tierra sin reglas; los antiguos colaboradores de España o de países OTAN viven una situación de tensión extrema; tienen que dejar sus casas y buscar los sitios más remotos del país, cambiando de sitio sin saber que pasará»; «no es lo que les hace daño a sí mismos (sic), sino a su familia y seres queridos». Darío ratificará: «es cierto que recientemente se evacuaron 600 personas: pero salió gente que ni siquiera tenían relación con el gobierno español; menos con los contingentes»; «lo que debería hacer España, es salvar la vida de colaboradores y sus familias, no a los políticos y a gente rica, porque (ellos) se pueden vivir donde quieran» (sic).

Por supuesto, un toque de agradecimiento en boca de Bashir: «el último soldado se fue, pero el deseo humanitario de los soldados españoles de ayudar a los afganos, todavía está en las llanuras y montañas de Afganistán».

Sirva esta reflexión para que nuestras Fuerzas Armadas no dejen en el olvido a quienes fueron leales con ellas, teniendo «voz y voto» en la política de repatriaciones que dirige el MAEC.

Luis Alejandre Sintes es general (R).