Italia

Una ola de malestar

No es la ultraderecha, sino el hartazgo de la gente ante unas políticas suicidas que están empobreciendo a los ciudadanos

Arrasa Meloni y la izquierda melona apunta a su yugular anunciando el apocalispsis: vuelve el fascio, la democracia amenazada, la UE desestabilizada y el fin de las libertades. Cierto que esta mujer de 45 años, la primera en llegar a jefa del Gobierno en Italia, no ha tenido reparos en criticar la deriva rojiverde de la élite burocrática europea, pero también que no está entre sus planes dinamitar Europa sino reformarla sobre bases que en ningún caso pueden ser la destrucción de la familia, la cultura anticristiana, la educación 2030 LGTBI, la inmigración ilegal o las políticas eugenésicas del NOM. Dicen nuestros ilustres podemitas, y sus inseparables adherencias, que Giorgia es como Abascal y Ortega Smith. También aquí se equivocan. Diríamos que, buscando semejanzas, en realizad es mucho más del estilo Ayuso. Verbo directo, apasionada en sus convicciones, trabajadora obcecada, látigo de una izquierda atolondrada que vuelve a ser arrollada como en Suecia, Hungría y Polonia. Por la extrema derecha, puntualizan ellos. Lo que tampoco es verdad. En todo caso por una derecha radical que no se avergüenza de serlo y tiene recetas económicas, culturales y políticas bien diferentes a las de Sánchez e Irene Montero. ¿Acaso es eso pecado? La izquierda celestial habla de seísmo como consecuencia del resultado italiano. Tal vez temen por sus prerrogativas y poltronas. Querían que Draghi, el tecnócrata al que nadie eligió nunca, como Monti y Von der Leyen, siguiera gobernando Italia de por vida, imponiendo recortes de libertades públicas, severos confinamientos y una política económica basada en el manguerazo de dinero público que ha llevado la deuda italiana al 150 por ciento del PIB.

Tal que Ayuso, Meloni fue la política italiana que más se opuso a la gestión de la pandemia Covid-19 y a los cierres que la caracterizaron, así como al férreo pasaporte green-pass implementado a lo bruto por Draghi, lo que levantó fuertes protestas encabezadas por la líder de Fratelli d’Italia. Eso también ha pesado a su favor, igual que la habilidad para imponerse, dentro de la coalición que abandera, a los renombrados dirigentes Salvini y Berlusconi. Coalición en la que tiene peso un gran político amigo de España como es Antonio Tajani. Ni Tajani ni Meloni son antieuropeos. Quieren una UE en la que quien presida la Comisión sea elegido/a en votación directa, y nunca a dedo como Von der Leyen, que con su habitual tono de soberbia milloneti se dedicó a vaticinar una hecatombe si Meloni alcanza la mayoría. Tal vez sea una tragedia para ella, por su pésima gestión de la pandemia, las epis, las mascarillas y los bandazos con las vacunas, y sobre todo por entregarse en el pasado al gas ruso de Putin sin que aún haya pedido perdón a Europa.

Cierto que doña Úrsula lo va a tener mucho más complicado con Meloni que con Sánchez, y por eso ya amenaza con retirarle los fondos como a Victor Orban. Volverá a equivocarse, si lo hace. En Bruselas no acaban de darse cuenta de que no estamos ante una ola de ultraderecha, como dicen. Es una protesta democrática contra sus erróneas políticas burocráticas, energéticas y fiscales. Una ola de malestar que, desde Suecia a Italia, pasando por Hungría y Alemania, recorre de extremo a extremo la Vieja Europa.