
Sociedad
Un trato por el Domund
Ataviada como una de sus novicias me senté junto a ella en aquel vehículo desvencijado y cruzamos las líneas entre disparos de mortero y fuego de kalashnikovs.
Anastasio Gil fue un cura vivaracho que dirigió las Obras Misionales Pontificias. Con la caída del otoño se nos aparecía a los periodistas para pedir un artículo sobre el Domund, con tal empeño que resultaba imposible sustraerse. Anastasio murió, pero yo intento cumplir el trato, aunque no acierto a describir a la misionera italiana Catterina, porque 25 años después se me han desdibujado sus facciones. Nos conocimos en Tirana, la capital albanesa, cuando se desató una revolución popular. Un tercio de la empobrecida población había invertido en unos sistemas financieros piramidales que pagaban altísimos intereses. El mecanismo acabó colapsando y los albaneses se abalanzaron sobre los arsenales del Ejército y se alzaron en armas. La revuelta costó dos mil vidas. Desde la ventana del hotel vi los tanques bajo mi ventana y escuché que se decretaba el estado de emergencia. Atrapada en la ciudad, me topé con la franciscana Catterina, que no podía regresar a su orfanato de Valona, la capital tomada por los insurgentes. Se interesó por mis pesquisas diarias en Fier, el punto más avanzado con respecto a las líneas de fuego y se empeñó en acompañarme. «Pienso cruzar al otro lado» me dijo con determinación. Le expliqué que no era posible y argumentó que en Albania cualquier cosa era posible. Efectivamente, nos topamos con la frontera de tanques y soldados. La monja se sentó en una piedra y echó mano del rosario. Un par de horas más tarde la vi hablar con un tipo que llegaba en coche, por pura casualidad, y que se ofreció a pasarla campo a través. Allí empezó una de las más atrabiliarias aventuras de mi carrera. Me puse un hábito marrón y Catterina me hizo un alzacuellos blanco con uno de sus pañuelos, que aún conservo. Ataviada como una de sus novicias me senté junto a ella en aquel vehículo desvencijado y cruzamos las líneas entre disparos de mortero y fuego de kalashnikovs. Los musulmanes dejaron pasar a las admirables religiosas católicas. Aquella noche la pasé visitando arsenales. Ella se quedó en su convento y yo conseguí regresar a Tirana con uno de los mejores reportajes de mi vida. Hoy tengo la edad que Catterina tenía en el 97 y sigo preguntándome qué pasión la llevó a arriesgar la vida. Yo me llevé la portada de ABC, pero ¿y ella? ¿qué amor le movió, que sencillo impulso callado? Escribo esto por el Domund del domingo, pero también porque, aunque Anastasio ya no está, hay otro en su lugar, José María Calderón, tanto o más tozudo. ¿Recuerdan el cura que aparece en la escena final de «El Poder y la Gloria» de Graham Greene, el que coge el relevo del «Pater whisky»? Pues eso.
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