Energía nuclear
Larga vida a la energía nuclear
En estos momentos no hay alternativa realista a la producción de electricidad que no pase por seguir quemando gas mayormente e incumpliendo todos los compromisos medioambientales.
Hay una verdad difícilmente rebatible. El principal problema del planeta no es para nada hoy la energía nuclear. Son las emisiones de CO2 producto de la quema de combustibles fósiles. Esa es una circunstancia que pone en cuestión los principios fundacionales del ecologismo moderno que en buena medida creció al amparo del rechazo popular a la construcción de centrales nucleares.
En el País Vasco se paralizó la Central Nuclear de Lemóniz tras el asesinato de dos de sus ingenieros por parte de ETA. Aunque lo que de verdad impidió la puesta en marcha de Lemóniz fue la leyenda negra que acompañaba a la energía nuclear en plena Guerra Fría. Las dos superpotencias del momento llegaron a dotarse de tantas cabezas nucleares que tenían capacidad ya no para destruirse mutuamente si no para liquidar por completo el Planeta Tierra.
Los accidentes nucleares –primero el de EEUU, luego el de Chernóbil– sentenciaron ante el grueso de la opinión pública occidental la energía atómica. Y a partir de ese momento no hubo debate racional posible sobre el recurso a la energía nuclear porque era una amenaza a la vida y al futuro del planeta. Así se fraguó y consolidó un tabú en los años ochenta. Hasta nuestros días cuando las evidencias han puesto de manifiesto que la verdadera amenaza a la vida del planeta no son Ascó, Vandellós o Almaraz, pese a los riesgos potenciales que atesoran y los imperecederos residuos que generan.
Lo dantesco es seguir quemando carbón, petróleo y gas que, por este orden, son los combustibles fósiles más contaminantes. De los cuáles, por cierto, carece España y el conjunto de la Unión Europea como está poniendo dramáticamente en evidencia Putin y su guerra en Ucrania. Más del 20 por ciento de la producción de electricidad en España sigue siendo de origen nuclear. Y eso que el precoz atlantista Felipe González paralizó de cuajo, en los ochenta, la construcción de nuevas centrales nucleares con el añadido de cuantiosas indemnizaciones a las grandes compañías eléctricas por las multimillonarias inversiones hechas.
Cuarenta años después la producción de electricidad depende en mayor medida de esas centrales nucleares que se pusieron en marcha en los ochenta. En el caso de Cataluña, más del 50 por ciento. La paradoja es que sea ahí donde más caló el discurso ecologista donde la dependencia de la energía nuclear sea más acentuada. Para más inri, es Cataluña donde menor proporción de electricidad tiene el sello verde.
Aunque ya hay quien no duda en apuntar lo evidente resquebrajando así un discurso tan arraigado como frívolo. Ni más ni menos que el presidente de UGT, en Cataluña, e íntimo de Pepe Álvarez, ha salido en defensa de las centrales nucleares de las tierras del Ebro, Ascó y Vandellós. Aunque poniendo el foco, Camil Ros, en los miles de trabajadores que viven de esas centrales nucleares (Ascó I y II), verdadera fuerza motriz de la Ribera de Ebro y aledaños. La otra, Vandellós, es la única al lado del mar y no en un río.
El presidente catalán de la UGT, Cami Ros, se forjó políticamente en las juventudes de ERC (antinucleares) para luego afiliarse a Avalot, las juventudes de UGT, en una astuta operación avalada por el mismo Pepe Álvarez para abrir el sindicato hermano a otras sensibilidades. No es menor que Ros se haya atrevido a decir lo evidente. Ascó no se va a cerrar en 2031. No sólo porque deja a la intemperie un territorio que vive de su central nuclear. También porqué en estos momentos no hay alternativa realista a la producción de electricidad que no pase por seguir quemando gas mayormente e incumpliendo todos los compromisos medioambientales.
El Gobierno de Sánchez sigue, por ahora, manteniendo el cierre completo de los siete reactores nucleares. Con la crisis energética que está cayendo, la incapacidad a diez años vista de culminar una verdadera transición energética verde, junto a los compromisos medioambientales adquiridos, dan buena medida de que es una ficción.
Claro que la tecnología avanza a un ritmo trepidante. Lo mismo llevan años argumentando los pronucleares para defender el almacenamiento de los residuos hasta que una tecnología puntera pueda neutralizarlos Tan inexorable como la degradación del Planeta por ese petróleo y gas que en buena medida compramos a teocracias o regímenes abyectos. Sin olvidarnos del carbón que Alemania ha rescatado del armario mientras abomina de la energía nuclear pese a lo que subraya la Comisión Europea, mucho más coherente y racional, por lo menos en esta cuestión.
Igual empieza a ser hora de afrontar el reto de parar el calentamiento global asumiendo que necesariamente eso pasa por las energías verdes y por un periodo incierto de nucleares. O eso o seguir por la senda de Venus.
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