Tribunal Constitucional
Puertas abiertas: pasen y vean
Jueces empeñados en que un tribunal sobreviva mientras que la Justicia es trasteada, víctima y culpabilizada por unos políticos que lograrán malograr a una generación prematuramente desengañada.
La semana pasada celebramos las Jornadas de Puertas Abiertas del Tribunal Supremo. Durante varios días los ciudadanos acudieron a nuestra sede para conocerla y conocernos; un evento que se repite todos los años. En esas Jornadas algunos magistrados explicamos qué es eso de la Justicia, cómo funcionan los tribunales en general y el Supremo en particular aunque, para la Justicia, cada día es una jornada de puertas abiertas: las vistas de los juicios –en especial los penales– son públicas y en mis tiempos de estudiante solíamos ir a la Audiencia Provincial o a la Nacional a «ver juicios».
No sé si ahora hay tanta facilidad o si los controles de entrada acaban disuadiendo porque haya que dar razón clara y admisible de a dónde vas y para qué y que eso de «ver juicios» no se tenga como una razón de peso, atendible; si esto ocurriese sería lamentable y espero siga siendo posible dedicar una mañana «a ver juicios». La realidad es que con Jornadas o sin ellas, la Justicia es el más próximo de los tres poderes del Estado, no sólo porque sea difuso cada juzgado, –cada tribunal «es» Poder Judicial–, sino porque allí donde tengan su sede cabe acceder libremente a ellos, en todas las localidades, algo impensable en el caso de los otros poderes del Estado.
Este año atendí a un numeroso grupo de estudiantes de diecisiete y pico años; vinieron de dos institutos madrileños. Lo pasé genial. Respetuosos e interesados, me hicieron preguntas muy atinadas. La última fue curiosa. Una estudiante quería saber por qué se hacían estas Jornadas, si no era para hacernos propaganda. Le contesté que, en el fondo sí, pero no el sentido de propaganda como autobombo, sino en otro bien distinto: se trataba de dar a conocer la Justicia, hacerlo de primera mano y máxime –lo pensé, pero no lo dije– en un momento trágico como el que vivimos; que el ciudadano capte que la Justicia es seria, una propaganda que reequilibre la tendencia a hablar de la Justicia desde la incomprensión, la manipulación o el vilipendio populista, interesado o, casi siempre, ignorante.
Pero hubo otra pregunta preocupante. Tras unas breves pinceladas sobre la función de la Justicia en un sistema constitucional de separación de Poderes, un estudiante planteó que todo eso está muy bien, pero yendo al meollo de la democracia preguntó de qué sirve votar si aquí no pasa nada: los políticos que roban no devuelven lo robado, es más, se pide su indulto o se les ensalza; de qué vale tener razón cuando la disciplina de voto hace que la fuerza no esté en esa razón sino en el número de escaños, etc. El resto asentía. En pocos segundos vi a unos jóvenes que con la mayoría de edad recién estrenada o a punto, presentaban serios síntomas de esa patología que es estar prematuramente avejentado, de vuelta de todo, desengañado; una patología que lleva a desentenderse de la marcha y destino de su país y que da cancha a una forma deleznable hacer política.
Intenté levantar su ánimo y convencerle de que en sus manos y en las de todos ellos está que las cosas cambien. Y tuve que decirlo una mañana en la que el notición era que, de nuevo, se paralizaba la renovación del Consejo General del Poder Judicial y se acentuaba el desprecio de la clase política hacia ese Tribunal Supremo que visitaban, un tribunal cuyas vicisitudes les importa un pito (a los políticos, no a los visitantes). Bueno, esto no lo dije, lo pienso y reitero: la Justicia no les importa. A unos porque dicen no quererlo, pero cuando pudieron remediarlo nada hicieron, y eso que tuvieron mayoría y de sobra; y otros porque como autores, y a conciencia, de este drama, ni respetan ni quieren ni creen en la independencia judicial.
No preguntaron sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial y eso que viajan en metro, oráculo ciudadano para alguna estulta gobernanta. Mejor, porque cómo explicarles, sin que tirasen ya la toalla ciudadana, que su renovación se hace ya sin pudor alguno al margen de lo tolerable según el Tribunal Constitucional o que el empeño por esa renovación no es por volver a la normalidad, sino para formar un Tribunal Constitucional que, sin tocarle un pelo a la Constitución, nos la cambie a golpe de sentencias, todo para satisfacer a quienes odian a España, todo a cambio de seguir en el poder, y es que tamaño negocio ¿lo va a fastidiar la dichosa independencia judicial?
Jornada de puertas abiertas, pasen y vean: jueces empeñados en que un tribunal sobreviva mientras que la Justicia es trasteada, víctima y culpabilizada por unos políticos que lograrán malograr a una generación prematuramente desengañada. Pero, haya paz: que no podrán cambiar de políticos, pero sí de sexo.
José Luis Requero es magistrado.
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