Política

La manipulación de la memoria

«La centralidad no significa rendirse frente a la izquierda, favorecer a sus partidarios y no cambiar las leyes, sino gobernar para todos los españoles sin claudicar de los principios»

No cuestiono el derecho que tiene un gobierno para impulsar una norma, aunque sea un bodrio jurídico e histórico, porque puede ser derogada cuando pierde las elecciones. Ningún historiador serio puede avalar el concepto «memoria» como fundamento interpretativo de un periodo histórico. Es algo subjetivo e incluso manipulable, consciente o inconscientemente. La Historia es una disciplina científica, que analiza los datos para ofrecer un conocimiento objetivo de un tema o periodo. Lo que vivimos en España desde hace unos años es un triste esperpento. No se persigue reponer los daños sufridos por víctimas legítimas, entre los que no incluyo a los criminales que cometieron lo que hoy calificaríamos de delitos contra la Humanidad, y retirar de las calles cualquier elemento de exaltación de uno u otro bando. La izquierda política y mediática, entre los que se encuentran hijos, nietos y familiares de los que ganaron la Guerra Civil y se beneficiaron del franquismo, quiere reescribir la Historia y utilizar ese triste periodo en beneficio de sus intereses partidistas. Me parece lamentable.

En mi familia nadie participó en el conflicto bélico o fue franquista. Mi padre era hijo único y tenía 16 años cuando finalizó la guerra, mi abuelo paterno era mayor y no fue llamado a filas, el materno falleció en 1935 y los hermanos de mi madre eran menores de edad. Es posible que si hubiéramos sido una familia con más miembros a alguno le hubiera tocado estar en uno u otro bando. Desde luego, sufrieron las penalidades de aquellos años y de la posguerra. Mi padre recordaba con horror los bombardeos y los problemas alimenticios. Era políticamente liberal y antifranquista, hablaba catalán y no le gustaba recordar aquellos años. Cuando era pequeño, le acompañaba al mercado barcelonés de San Antonio a comprar libros, que es una de las cosas que más me gustan, y en la librería Torradas subíamos a un altillo donde estaban aquellos prohibidos por el régimen, como los editados por Ruedo Ibérico. Por eso, siempre me han molestado estos antifranquistas de salón que quieren reescribir la Historia. Es algo que detesto y me repugna profundamente. Es insultante, incluso, cuando se trata de los «hijos» de aquellos que vencieron la guerra, como algunos conocidos catedráticos de Historia Contemporánea que se convirtieron al comunismo o el independentismo, así como los que son originarios de otros países que se dedican a dar lecciones desde la política o la academia. No me importa que defiendan lo que quieran, pero al menos que no nos las den.

Uno de mis más queridos amigos, desgraciadamente desaparecido, era José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, catedrático de Historia Moderna en la Complutense y académico de número de la Real Academia de Historia. Un personaje fascinante y admirable, al que una terrible y cruel enfermedad degenerativa lo mantuvo postrado los últimos años de su vida. Era el nieto de Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la Segunda República y uno de los grandes juristas e intelectuales de su tiempo, y del teniente general Gonzalo Queipo de Llano, cuyo cadáver ha sido exhumado en aplicación de la nueva ley de la desmemoria. A Pepe le decía siempre en broma que era el símbolo de la reconciliación nacional. Era el nieto de los que perdieron la guerra, pero también de los que la ganaron. Su padre, un excelente catedrático de Derecho Procesal, vivió la mayor parte de su vida fuera de España. Estuvo en Francia, Argentina, donde se encontraba cuando falleció su padre, y México, donde residió durante más de 30 años. Nunca dejó de ser español, republicano y miembro de Acción Republicana Democrática Española.

Hubo mucha gente que perdió la guerra, incluso entre los ganadores, porque el dolor provocado por el conflicto fue impresionante. No nos podemos sustraer de lo que sucedió en Europa en el periodo de entreguerras. Y, desde luego, es un disparate histórico establecer un relato al servicio de la política partidista donde se llega al extremo de idealizar a algunos que fueron unos criminales. Ni los de uno ni los de otro bando. Como historiador y jurista estoy totalmente a favor de que se pongan todos los materiales al servicio del estudio y la investigación, pero para que se actúe con objetividad. Nada mejor que conocer la represión de ambos bandos, el denominado Terror Rojo que asesinó a decenas de miles de inocentes, conocer el contenido de los juicios de la posguerra y la actuación sistemática y autorizada de las checas.

Entre las medidas que debería adoptar el PP si consigue ganar las próximas elecciones tendrá que estar, necesariamente, la derogación de las leyes ideológicas aprobadas por el gobierno socialista comunista destinadas al adoctrinamiento social y sustituirlas por otras destinadas realmente a la reconciliación. Es cierto que mientras tanto se habrán cometido errores e injusticias al amparo de estas normas, pero la Historia ni puede ni debe estar al servicio del inquilino de turno de La Moncloa. Uno de los mayores errores de Rajoy fue no derogar la primera ley de Memoria Histórica y se limitó a no dotarla presupuestariamente. A la izquierda política y mediática le gusta dar la batalla ideológica y persigue la confrontación para movilizar a su electorado. Le complace dividir a la sociedad en buenos y malos, para aprovecharse de los complejos del centro derecha. Vox nació por culpa de los errores del PP frente al desafío independentista y su pésima gestión de los escándalos de corrupción, así como por sus incumplimientos electorales. Estos años de gobierno de socialistas y comunistas, con el apoyo de separatistas y bilduetarras, espero que hayan servido de lección para que Feijóo no cometa los mismos errores. La centralidad no significa rendirse frente a la izquierda, favorecer a sus partidarios y no cambiar las leyes, sino gobernar para todos los españoles sin claudicar de los principios.