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Irene Montero

«Follacracia»

La ministra se enfadó mucho por el comentario. No entiende que alguien sospeche que hacer una ley para proteger a las mujeres y que termine sacando del talego a los violadores es signo de que ella está poco preparada

He apuntado en el cuaderno que mi Españita anda muy azorada y ventosa porque una diputada de Vox le dijo a Irene Montero desde la tribuna del Congreso que lo único que había estudiado era a su marido Pablo Iglesias. Dicen que lo del «estudio» era una metáfora. No estarán insinuando que en la carrera de Montero ha tenido algo que ver su matrimonio con Iglesias…

Como todo quisque anda posicionándose sobre el asunto con precisión quirúrgica y cuelgan en las redes mensajes escritos con láser, he decidido no quedarme atrás y aquí va mi postura (con perdón). Está feo adscribir méritos sentimentales a la carrera de nadie, incluso de alguien de un partido de cuya historia se puede hablar siguiendo el rastro de ropa tirada por el suelo. El Gobierno va a dictar un reglamento que considera acoso en el trabajo según quién y cómo dé los buenos días, pero lo cierto es que el amor mueve el mundo; a ver cómo no va a mover también la política. La ciencia ha demostrado que la reacción hormonal que provoca el enamoramiento anula la visión de los defectos en la persona de la que uno está enamorado y esto de alguna manera debe influir en los juegos de poder en los partidos, se pongan como se pongan Yolanda y las vestales del Ministerio de Igualdad. Un amigo mío dice con razón que mi Españita es una auténtica «follacracia», pero está feo ponerlo al diario de sesiones.

La ministra se enfadó mucho por el comentario. No entiende que alguien sospeche que hacer una ley para proteger a las mujeres y que termine sacando del talego a los violadores es signo de que ella está poco preparada. Se enojó mucho con lágrimas y aspavientos y ahora es poco menos que Juana de Arco de lo que ha llamado «la violencia política».

Si la defensa del comentario de Vox consiste en que este era el tipo de cosas que hacía y decía Podemos, apaga y vámonos. Difícilmente se puede criticar la actitud de un partido repitiéndola. Que ellos inventaran los escraches y «lo personal es lo político» y que mucha gente en la nueva izquierda abriera champaña cuando Cristina Cifuentes estaba a las puertas del cielo tras su accidente de moto no es razón para hacérselo ahora a ellos. Yo creo que Podemos trajo la violencia verbal al Parlamento, pero si los otros partidos utilizan sus mismos métodos discursivos, no es que haya un Podemos; es que habrá cuatro o cinco.

La violencia política es como todo, asimétrica. Irene Montero ve violencia política en la grosería de Vox pero no en las amenazas, las palizas y el matoneo ideológico de la izquierda abertzale, que mataba hasta ayer. Los ecos de aquel terror les suponen una afrenta menor, o al menos la comentan menos. Deberían tener cuidado con la arquitectura de su ofensa, no fuera alguien a pensar que en el fondo, aquella violencia política, la de verdad, digo, les parece bien.

Por aquí viene Mertxe Aizpurua de «starlette» de la pulcritud democrática a dar lecciones de violencia política. Bildu llevaba a sus mítines a la Chula Potra, una rapera que pedía para Yolanda Barcina «una bofetada que espabilara su boca de pija ufana, te sacara del tiesto, mujer florero, la puta más cara, una bofetada que te partiera el útero». Dicho esto en plan jatorra feminista, rapera de Asirón, claro. También era, naturalmente, una metáfora.

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