Opinión
España: Relato de magnicidios en un siglo
Tal día como hoy de hace 49 años, el 20 de diciembre de 1973, un atentado de la banda terrorista ETA segó la vida del almirante Luis Carrero Blanco, que desde escasos meses antes se había responsabilizado de la presidencia del Gobierno. Fue el primero en ejercerla desde que Franco asumió la Jefatura del Estado y siempre de forma conjunta con la del Gobierno, en un régimen político que se definió así mismo en la Ley Orgánica del Estado como de «unidad de poder y coordinación de funciones».
Sin embargo, el caso del asesinato de Carrero Blanco no ha sido el único en la Historia moderna universal, sino más bien al contrario. Los magnicidios –como se denominan los asesinatos cometidos contra jefes de Estado o de Gobierno– han sido perpetrados en muchos países. Destacan entre ellos el del presidente de los EEUU John F. Kennedy en 1963; el del PM de Israel, Isaac Rabin en 1995; el de la PM de India Indira Gandhi en 1984, etc. También existen los frustrados como el del presidente Ronald Reagan, «llamativamente» apenas un mes antes del también sufrido por el Papa san Juan Pablo II, ambos en 1981; por recordar los más recientes y relevantes. Igualmente, en España, el Rey Alfonso XIII sufrió uno en 1906 el día de su boda, del que salió ileso, pero que fue particularmente sangriento por las numerosas víctimas producidas.
Volviendo a España, ningún país occidental tiene una historia tan destacada por los magnicidios consumados de primeros ministros en apenas un siglo, el transcurrido entre 1870 y 1973. Fueron cinco en total, y cronológicamente el primero fue el del General Prim, en diciembre de 1870, de regreso del Congreso a su residencia en el palacio de Buenavista, sede del Ministerio de la Guerra, que ostentaba junto a la presidencia del Consejo de Ministros. En este trágico registro, le siguió Antonio Cánovas del Castillo, líder del partido conservador y principal autor, con Sagasta, de la Restauración de 1876, asesinado en 1897 mientras veraneaba en un balneario en Mondragón. El siguiente magnicidio lo sufrió el líder liberal y regeracionista José Canalejas en 1912 mientras observaba el escaparate de una librería cerca de la Puerta del Sol. Le siguió en 1921 el de Eduardo Dato, que ejerció durante tres períodos la presidencia del Consejo y fue destacado promotor de la incipiente Seguridad Social del momento. Con Carrero en 1973, como recordamos, se completó, de momento, esa secuela de magnicidios que durante un siglo tiñeron de sangre nuestra intensa Historia. Deseamos que haya sido el último.
✕
Accede a tu cuenta para comentar