
Opinión
Derecho a la vida frente a la «cultura de la muerte»
En una democracia se considera la transparencia como una expresión del derecho a ser debidamente informados de la gestión de los asuntos públicos. Por supuesto, en el ámbito personal también está muy arraigada una clara conciencia de que para tomar una decisión que afecta de forma importante a nuestra vida y poder hacerlo con plena libertad y responsabilidad es necesario tener la debida información y conocimiento de su auténtica realidad y de las consecuencias de la misma. Este principio es de general aceptación pero paradójicamente ahora se ha planteado en España un agrio debate en contra de su aplicación por parte de quienes suelen manifestarse con rotundidad a favor de la libertad, el derecho a la información y los avances de la ciencia. La polémica ha surgido de la propuesta efectuada en el gobierno de Castilla y León de que a las mujeres que quieran abortar se les ofrezca la posibilidad de tener pleno conocimiento de la decisión que quieren tomar, mediante ecografías en 3D o como la ya aplicada en los EEUU denominada como del «latido fetal».
Queda claro que no se trata en absoluto de obligarlas a aceptar esas u otras pruebas similares, sino de ofrecerles esa oportunidad, que sin duda les puede ayudar a tomar una decisión tan sensible como la de abortar, con plena libertad, total conocimiento y por tanto con plena responsabilidad por su parte. Sería impensable en cualquier otra situación imaginable el que se negara a una persona, en este caso una mujer, la posibilidad de tener libre acceso a una información sobre ella y que de forma relevante afecte a una decisión que quiere tomar. Los partidarios del aborto y las feministas que lo defienden como un derecho absoluto de la mujer a «decidir sobre su propio cuerpo» deben explicar por qué niegan esa posibilidad a la mujer y no les permiten que puedan conocer exactamente lo que significa la decisión de abortar. Quizás porque su concepto de la persona humana está en las antípodas de considerar que lo que se encuentra en el interior de su cuerpo, en su seno, no es «su cuerpo» sino el de un ser distinto al suyo y que está en desarrollo en su interior. Esto no solo lo defienden todas las religiones, sino la misma ciencia, y las pruebas que esas «feministas» le niegan a la mujer acreditan la eliminación de la vida de un ser humano en gestación. Nunca fue más evidente la «cultura de la muerte», como la denominó San Juan Pablo II, o el «Credo del Anticristo», en expresión de Benedicto XVI.
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