El buen salvaje

Ábalos lo hizo por amor, ¿y los que contrataron a Jessica?

En esa maraña gris de la burocracia de esos organismos que el común desconoce se van los impuestos que con tanta alegría y color pregona el partido de Ábalos

No es necesario sentir la emoción de delincuentes célebres, guapos como unos Bonnie & Clyde de algún pueblo de Valencia, o de historias de película de hombres cabales que perdieron la cabeza por el enigma de la mujer del cuadro, como aquel Edward G. Robinson del filme de Fritz Lang. Hay episodios más cercanos y con menos glamour que llegan a la misma conclusión: cuando alguien que te quita el sentido se cruza en tu camino, estás perdido. En cierto modo, lo de Ábalos con Jessica, aunque de una sinvergozonería lisérgica, de droga dura, tiene una disculpa en el amor o en la bragueta, que viene a ser lo mismo. Se tiene en tan alta estima el amor que se olvida que nace en los bajos desde antes de Calixto y Melibea. Si fuera mujer y gastara modales exquisitos, Ábalos emparentaría con Anna Karenina o con Madame Bovary, pero según se lee, no sin reparos, está rodeado de estiércol y en vez de corsés lleva gayumbos un poco dados de sí. Al estilo de Quevedo, polvo serán, más polvo enamorado, en el sentido que hoy le damos a polvo no el del Siglo de Oro, que era ceniza para espantar o anunciar la muerte. Lo de Ábalos es ese momento en que se encuentran Shakespeare y Santiago Segura, un bolero y un narcocorrido.

Poco hay que añadir a lo que ya está escrito de otra forma, que también me vale, solo que el día se ha puesto gris y lo he visto como un semental político capaz de poner los cuernos a la decencia y un sentimental privado angustiado por los gatillazos del corazón. A Ábalos le ampara el disfrute de la propia Jessica por 2.700 euros al mes, se dice, solo por el alquiler, pero qué decir de los cargos medios, esos comandantes de las empresas públicas (púbicas) que consintieron emplear a la «señorita» sin que mediara con ella contacto afectivo alguno. Ese estamento resulta casi peor en su perfil ético que el del exministro, porque no sólo no disfrutaron de Jessica sino que dejaron que el señorito de arriba les colara una invitación al delito. En esa maraña gris de la burocracia de esos organismos que el común desconoce se van los impuestos que con tanta alegría y color pregona el partido de Ábalos. Señores y señoras de los que se desconoce su cometido, más que consienten, por lo que se ve, que llegue el hijo de un novillero a colocarles unas banderillas sin que se inmuten. Sí señor, «un esclavo, un admirador, un amigo, un siervo», como en la célebre escena de José Luis López Vázquez de «Atraco a las 3». Chupópteros administrativos sin corazón, no como Ábalos, que no le cabe en el pecho.