Cuartel emocional

¡Se acabó!

Mi mayor deseo no es muy ambicioso: seguir viviendo con dignidad y que alguien me invite a un buen plato de angulas

Ahora sí que sí, ¡se acabó! Y dejemos ir con viento fresco este año en que hemos padecido más que disfrutado. A veces me gusta pensar que no hay mal que cien años dure –ni cuerpo que lo resista-, pero tarda un poco en verse el final de una pesadilla que nos pilló desprevenidos en medio de un “guirigay de imposturas y farfollas”, como si el país fuera no más que un “garito de hospicianos”. Los más leídos habrán reconocido a quien estoy parafraseando, pero yo me limito a salvar la ropa entrecomillando: soy de la opinión de que no hay que enseñar al que no sabe, y perdonen la arrogancia de estas líneas, pero hoy se acaba el año… otro año, y las previsiones no son muy esperanzadoras. Alguna vez he asegurado que tampoco hay que aplicar el optimismo cada día a nuestra piel como si fuera una crema hidratante. La realidad es asquerosa y despiadada aunque nos crea una costra amarga, es cierto, pero también protectora contra las falsas expectativas que siempre conducen a un abismo de acritud.

El Rey, de las pocas personas que está en su sitio en España, atado de pies y manos, eso sí, aseguró en su discurso de Nochebuena que "no podemos permitir que el germen de la discordia se instale entre nosotros". Con el debido respeto, Señor, si es inevitable que las desavenencias se incrustan en las familias, todas las familias sin excepción, ¿qué no va a ocurrir en un país de cuarenta y ocho millones y medio de habitantes? Si es difícil manejar un hogar de cuatro gatos, ¿qué no será en una nación donde cada cual es de su padre y de su madre? Además, ¿qué le vamos a contar a Vuestra Majestad de discordias, enfrentamientos y desuniones familiares? Lo único bueno de la familia Real, en este año que se va, y visto desde el lado de fuera, ha sido la jura de la Constitución de la Princesa Leonor y la reunión que celebró la Infanta Elena por sus sesenta años. Por lo demás, lo que se percibe, es crispación y preocupación, como en las caras de toda la ciudadanía, empezando por la del Jefe del Estado. No quisiera estar en su pellejo, pero, claro, cada palo que aguante de su vela que a todos nos toca comernos nuestras propias amarguras.

Siento estar tan escéptica en un día en que lo que toca es ponernos un gorrito picudo de payaso y soplar esa cosa que llaman matasuegras que, ¡pobrecitas suegras!, no merecen ese maltrato. Pero un desahogo y un repaso por la realidad de la vida nunca vienen mal. Luego, más tarde, ya veremos si revestimos nuestro rostro de sonrisa y buena predisposición, que también ayuda a que todo marche hacia adelante con un poco más de empuje. Sin lugar a dudas, del carro tenemos que tirar todos y más vale que sea tragándonos el sapo con gallardía y echar encima una ginebrita que ayuda mucho al estómago. Y esto no es un fomento al consumo de alcohol sino que es tan solo una forma de hablar figuradamente.

CODA. Soy bastante de hacer listas, pero como la edad avanza y el alzheimer no perdona, mi mejor propósito para el año nuevo es dejar de hacer listas y retener en la cabeza, por ejemplo, la compra del supermercado, la agenda de cada semana y cosas así. Mi mayor deseo no es muy ambicioso: seguir viviendo con dignidad y que alguien me invite a un buen plato de angulas. Feliz 2024.