Parresía

Y ahora, el referéndum

Lo que ayer se escenificó en el Congreso fue la humillación del constitucionalismo y la victoria de esos otros partidos que –sin un atisbo de autocrítica o agradecimiento– quieren romper España

En esta España abonada al escándalo, prácticamente cada día puede alcanzar el estatus de «histórico» por acumulación de hechos inéditos, no necesariamente positivos. Últimamente tenemos un buen ramillete de ejemplos a mano, no ganamos para sobresaltos: el Gobierno ha reconocido el Estado Palestino en un momento discutible, con el consiguiente enfado de Israel y los aplausos de Hamás, los talibanes y otros regímenes de su cuerda; el Gobierno ha retirado indefinidamente a nuestra embajadora en Argentina porque Milei llamó «corrupta» a la mujer de Pedro Sánchez. Y ya a destiempo, en medio de tanto ruido diplomático, ha trascendido que Pedro Sánchez nos ocultó la condición de investigada de Begoña Gómez cuando ya lo sabía, cuando escribió su famosa carta y se retiró a meditar. Gómez es la primera esposa de un presidente del Gobierno español que está siendo investigada por sus actividades profesionales. Será el juez quien diga si ve delito, por supuesto. Yo veo, de entrada, que en cualquier país desarrollado este episodio habría provocado la dimisión fulminante del mandatario correspondiente. El nuestro se resiste a contestar las preguntas de la oposición y repite sin cesar la palabra fango y ultraderecha cuando le mencionan a su mujer. De ahí no sale.

También es verdad que los políticos españoles, todos, son alérgicos a dimitir (no importa cuando leas esto).

Ahora bien, si hay que remarcar un día para la Historia, con mayúsculas, no olvidemos lo de ayer, en el Congreso: llovían los insultos a cántaros. Fango, fango… Qué falta de educación, cuánta bronca desbordada, qué cantidad de gritos antes y durante la aprobación definitiva de la Ley de Amnistía. El pago del Gobierno a Junts y ERC ya es un hecho. La impunidad de los delitos del Procés se ha hecho realidad a cambio del indispensable apoyo parlamentario independentista.

Los siete escaños de Junts confirman que no todos los españoles somos iguales ante la ley y nos recuerdan que Puigdemont es quien realmente manda aquí, con una norma hecha a su medida. Por mucho que veamos sonreír al presidente del Gobierno y a todos sus ministros hablar de una nueva e ilusionante etapa de convivencia en Cataluña, lo que ayer se escenificó en el Congreso fue la humillación del constitucionalismo y la victoria de esos otros partidos que –sin un atisbo de autocrítica o agradecimiento– quieren romper España y ya nos están anunciando, con naturalidad, que lo siguiente será el referéndum de independencia. ¿Por qué no, si ya han conseguido de este PSOE la amnistía? Ahora es el turno de los jueces, de los encargados de aplicar la ley, y de futuros días «históricos», como el regreso triunfal de Puigdemont. Eso sí, esperemos sentados. Le veremos por aquí cuando ya no corra peligro.