Canela fina

El alcalde no se entera

«El alcalde no se ha enterado de que los árboles taponan la vista de la Puerta de Alcalá. No hay que talarlos, sino podarlos»

José Luis Martínez-Almeida es un político serio, un hombre culto y responsable, un líder respaldado por el sector más amplio de la opinión pública madrileña. Por eso gana las elecciones. Para mí, además, es el nieto de Pablo Martínez-Almeida, jurista de alto prestigio, consejero de la Caixa, amante de la libertad y enemigo de la dictadura de Franco. Con gran valor organizó, en su casa de María de Molina, una tertulia clandestina antifranquista a la que yo asistía siempre que podía. En ella participaban Miguel Ortega, hijo mayor de Ortega y Gasset y miembro del Consejo Privado de Don Juan; Julián Marías, Joaquín Satrústegui, Juan Antonio Zulueta, sobrino de Besteiro; Félix Cifuentes, José María Areilza… Pablo Martínez-Almeida era miembro del Consejo Privado de Don Juan III y político especialmente apreciado por el hijo de Alfonso XIII.

Carlos III concluyó la Puerta de Alcalá, obra de Sabatini, en 1778, cincuenta años antes de que los franceses construyeran en 1836 su Arco de Triunfo, obra de Chalgrin, para homenajear a Napoleón. La Puerta de Alcalá podría ser el monumento símbolo de la ciudad de Madrid. Impresiona su belleza. El alcalde decidió restaurarla y durante demasiados meses ha sido sometida a un intenso trabajo con resultados que no pasan de discretos, a pesar del dineral gastado.

Con tanto sarao, tanta fiesta, tantos actos representativos, el alcalde no se entera de muchas cosas de las que tiene la obligación de enterarse. Desde Cibeles, la Puerta de Alcalá debería verse en todo su esplendor. No es así porque la taponan los árboles, más aún cuando llegue la primavera. No se trata de talar esos árboles. Se trata de podarlos. Desde la Concorde y a pesar de la extensión de los Campos Elíseos se contempla íntegro el Arco de Triunfo porque el alcalde de París dispuso que se poden los árboles para no entorpecer la contemplación de l’Étoile. Al alcalde de Madrid no se le ha ocurrido hacer lo mismo. Debería extenderse, además, a otros monumentos. Al salir del Teatro Real apenas se ve la soberbia fachada de Palacio, taponada por unos árboles que allí se han plantado en contra de lo previsto por Sabatini que eran unos setos igual que lo dispuesto ante las fachadas de una buena parte de los palacios reales europeos. Pero el alcalde no se ha enterado, no se entera.