Escrito en la pared
Antisemitismo
Una vez más, las controversias por el poder se están dirimiendo mediante una campaña violenta –por el momento verbal– contra la comunidad judía
A finales del siglo XIV, en un marco determinado por el resultado de las luchas dinásticas por el poder en Castilla, los judíos fueron tomados como chivos expiatorios de todos los males en los reinos cristianos peninsulares. Los saqueos y matanzas en las juderías urbanas comenzaron en 1391 en Sevilla y rápidamente se extendieron por Andalucía, alcanzaron la meseta hasta significarse en Toledo, para trasladarse a la Corona de Aragón, donde quedaron arrasadas las comunidades de Barcelona y Valencia. Esta oleada violenta se evitó, sin embargo, en algunos lugares –Talavera de la Reina, Alcalá de Henares, Puente del Arzobispo, Pastrana o Guadalajara– gracias a la acción protectora del arzobispado de Toledo, la Orden de Calatrava y el Duque del Infantado. También quedó en el margen el Reino de Navarra. Estos sucesos mostraron que, en las tierras de lo que luego sería España, el antisemitismo, con ser fuerte, tenía sus detractores tanto entre los poderosos como entre las gentes del común. Ello no evitó que cien años más tarde los judíos fueran expulsados de su amada Sefarad.
Confieso que, transcurridos más de cuatro siglos desde este último acontecimiento, en los que la presencia judía en España fue mínima, esperaba que el odio antisemita fuera residual en nuestro país. Pero estaba equivocado, como se ha puesto de relieve tras el ataque de Hamás a Israel, cuando quienes contemplábamos horrorizados los bárbaros crímenes cometidos por esa organización terrorista, a la vez que aprobábamos la reacción del Estado Judío, firme a la vez que mesurada, nos vimos desbordados por la exaltación de la violencia y la justificación de los asesinatos que se manifestaba en las calles bajo el impulso de la extrema izquierda. Una vez más, las controversias por el poder –en este caso, circunscritas al ámbito del Gobierno en la coyuntura de la trabajosa investidura del presidente Sánchez– se están dirimiendo mediante una campaña violenta –por el momento verbal– contra la comunidad judía. Ello ha provocado un conflicto diplomático entre España e Israel cuyas consecuencias futuras para el prestigio internacional de nuestro país pueden ser relevantes. Entretanto, el centro derecha no ha sabido encauzar su crítica, asignando una parte de la culpa a la representación de Israel. Lamentablemente, parece que el antisemitismo no conoce fronteras ideológicas.
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