Sin Perdón
La ayusofobia del sanchismo
«Los personajes pequeños son siempre mezquinos y en mayor medida cuando alcanzan el poder»
Mi madre siempre me decía que «no hay mayor desprecio que no hacer aprecio», a lo que añadía que «no ofende quien quiere, sino quien puede». Estos sabios consejos del refranero los he seguido siempre con firme determinación. No hay que bajar al barro y pelearse con los zafios mamporreros del sanchismo o la izquierda antisistema. Otra cuestión distinta es mi respeto por los socialistas que no han querido ser vasallos de un señor que no es digno de ser servido. En cambio, otros han pasado de ser sus más feroces detractores para convertirse en sus bien pagadas marionetas. He de reconocer que me fascina esa falta de dignidad, porque no sería capaz de caer en la abyección de aquellos que promovieron y apoyaron la candidatura de Susana Díaz y ahora le aplauden con el mismo fervor que aplicaban por la expresidenta andaluza. La obsesión de Sánchez contra Ayuso alcanza unos niveles esperpénticos que definen al personaje. A pesar de ser madrileño, la realidad es que no le quieren. Su partido quedó el tercero en las autonómicas y municipales, algo que olvida la izquierda mediática que se dedica a pelotear a Óscar López.
La ayusofobia alcanza extremos patológicos hasta cegar a Sánchez. Cuenta con el mediocre delegado del Gobierno que intenta hacer méritos con el poco talento que le caracteriza. Es un mamporrero que se dedica a atacar a Ayuso y Almeida, aunque con un éxito descriptible. Al presidente del Gobierno le gusta rodearse de mediocres, con alguna excepción, porque vive atormentado por unos complejos que han eclosionado cuando ha alcanzado el poder. Nunca le he menospreciado e incluso en las tertulias me criticaban llamándome sanchista o amigo suyo los que ahora cobran buenos sueldos gracias a él. Lo único que hacía era analizar la situación y decir que iba a ganar las primarias. Otra cuestión distinta es que su trayectoria académica y política le haya provocado una serie de complejos que han surgido cuando ha llegado a La Moncloa. En primer lugar, está su desprecio por el mérito y la capacidad. A pesar de la generosidad que le hemos prestado, quizá equivocadamente, por copiar su tesis doctoral y le hemos criticado con educación, no puede esconder su antipatía al mundo universitario y a los funcionarios, porque no ha sido capaz de hacer una carrera profesional.
La sombra de la familia de su mujer le condiciona profundamente y explica los líos en los que se ha metido. Al rodearse de personajillos menores ansiosos de medrar, nadie le aconsejó con acierto. Los López de la vida y otros palmeros tenían mucho que hacerse perdonar. Y, además, no tienen ni oficio ni beneficio fuera de la política. No se dan cuenta de que no tardará mucho en llegar la derrota y no les quedará, siquiera, la dignidad y la ética. Ni siquiera fueron capaces de organizar una defensa legal, porque unos no saben Derecho y los que estudiaron la carrera son lobistas que no han pisado un juzgado. La defensa de su mujer y su hermano debería explicarse en Derecho Penal como un ejemplo de lo que nunca hay que hacer. Y eso que tiene al Ministerio Fiscal como un pintoresco servicio jurídico que contraviene los principios constitucionales y su desarrollo legislativo, porque nunca se pensó que pudiera ser una marioneta de La Moncloa.
Su obsesión contra Ayuso le ha llevado a prohibir el desfile militar del 2 de mayo y vetarla en la presidencia de la jura de bandera civil que se celebró este sábado en Alcobendas. Es bueno recordar que es la representante ordinaria del Estado en la Comunidad de Madrid. Los personajes pequeños son siempre mezquinos y en mayor medida cuando alcanzan el poder. Nunca imaginé que se comportaría de esta forma. La presidenta madrileña estuvo muy acertada al señalar que «vivimos cosas que nunca habían ocurrido en democracia». Es lo que define el sanchismo y su brutal ataque contra la separación de poderes y el Estado de Derecho. Es la falta de respeto a las instituciones e intentar someterlas a su despótica voluntad. No le basta gobernar con una prórroga injustificable de los Presupuestos, sino que la portavoz del Gobierno se permite decir que no presentan el proyecto porque sería una pérdida de tiempo.
Esa falta de respeto institucional y su obsesión por permanecer en el poder a cualquier precio son fruto de su complejo por haber sido «Pedrito el guapo», como le llamaban sus amigos, y lo relegaban o dejaban fuera del aparato del PSOE. He de reconocer que es muy frustrante vivir ese sufrimiento personal. Cuando le dejaron tirado y ante el horizonte de trabajar otra vez en la empresa de su suegro, tuvo que rescatarle Pepe Blanco que pidió al rector de la Universidad Camilo José Cela que lo colocara de profesor asociado. Le honra que finalmente lo haya recompensado permitiendo que se convierta en uno de los mayores lobistas de España con la empresa que comparte con Javier Curtichs. No todo es negativo en Sánchez.
Estoy convencido de que le iría mejor si se olvidara de esas obsesiones que le atenazan y volviera a la centralidad política. No le irá bien teniendo como gurú de la comunicación al multimillonario José Miguel Contreras que le conduce al desastre, ya que es un reconocido experto en fracasos. No hay proyecto que emprenda que consiga llevarlo a buen puerto. Cuanto más insista en atacar a Ayuso, más fuerte la hace y no tardará en comprobarlo en las autonómicas y municipales. El rodearse de personajes pequeños y mercenarios sin escrúpulos no es un buen camino para el éxito. El atropellar el Estado de Derecho le pasará factura, porque llegará el momento en que dejará el poder y no encontrará generosidad ni en el PP ni en su propio partido. Tiempo al tiempo.
Francisco Marhuenda. De la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España. Catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)