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Editorial

Se cambia para que nada cambie

Es Sánchez el principal obstáculo para que la nación encare la regeneración a la que está obligada. El futuro pasa por su final político no por maquillar un cadáver con el que apurar su tiempo en el poder.

La rumorología sobre la remodelación del gobierno es marca de la casa del sanchismo. En general, el cambio es la respuesta a un episodio que requiere la rendición de cuentas inherente al sistema democrático. Visualiza de cara al ciudadano que el presidente de turno ha aplicado el mandato de responsabilidad, integridad y dignidad que exige la confianza que otorga el pueblo con sus votos. Hay lecturas e interpretaciones para todos los gustos sobre las implicaciones de abrir una crisis en el ejecutivo y sobre el balance de atender a ese deber en cuanto beneficios y perjuicios que se sitúa en ocasiones en una nebulosa indescifrable. Pero tenemos claro que la depuración de conductas reprochables no puede someterse al oportunismo ni a la arbitrariedad, menos al personalismo de una magistratura ajena a los códigos del buen gobierno y la ética pública. Sirva este prólogo para que traslademos que Pedro Sánchez pertenece a ese grupo de dirigentes extraño a los cánones del estado de derecho que en román paladino vienen a establecer que el que la hace la debe pagar en política como en la vida. Su renuencia a relevar a ministros marcados y desgastados traza a la perfección el perfil de una Presidencia bunkerizada y para nada dispuesta a ofrecer más flancos vulnerables de los que ya la corrupción ha descubierto. Si Sánchez no ha abierto la veda interna hasta este momento pese al vía crucis de los escándalos y la extenuada condición de su respaldo parlamentario, es preciso preguntarse por qué se decide a abrir un melón como recurso en el que cree poco y practica menos, como adelantamos en exclusiva. No se trata, por supuesto, de cuestionar la necesidad de una catarsis en un gabinete carente de pulso y aliento, cuando nuestra posición es que la única y urgente salida a la emergencia nacional que el sanchismo ha provocado en España pasa por la convocatoria urgente de elecciones generales. Así que si el propósito de la remodelación en ciernes es parte de los preparativos de Moncloa para disolver las cámaras y dar la voz al pueblo, como debía haber hecho para restituir la legitimidad al ejecutivo y reactivar la constitucionalidad en el ejercicio del poder que la izquierda ha suspendido adulterándola, será una sorpresa del todo inesperada. Sin embargo, como siempre con un presidente que se guía por sus intereses como jugador de ventaja sin que el bien común pinte nada, entendemos que el retoque en la nómina de sus ministros será un espejismo de aroma «lampedusiana» de cambio para que nada cambie. El poder del relato, de nuevo, al centro del escenario, la distracción en una España exhausta y cansada de artificios y engaños. Es Sánchez el principal obstáculo para que la nación encare la regeneración a la que está obligada. El futuro pasa por su final político no por maquillar un cadáver con el que apurar su tiempo en el poder.