Letras líquidas
Bildu y la «no normalidad»
La categoría de normalidad democrática no se adquiere de forma automática al participar de la dinámica institucional, sino que exige un plus
Es tentador trazar un cierto paralelismo entre Irlanda y España. Compartimos europeísmo, tradición católica y hasta ese despectivo acrónimo porcino impuesto desde el norte del continente en lo más duro de la Gran Recesión. Pero si hay un elemento que lleva de manera recurrente a la comparación entre ambos países es la existencia de un lastre heredado del terrorismo: la anomalía de haber sufrido los estragos de la violencia en Estados de derecho, el haber intentado compaginar, si eso es posible, la crueldad y aleatoriedad del terror con las preocupaciones cotidianas y también las dudas sobre cómo gestionar la era posterrorista. De ahí que sean muchos quienes se apresuran, de modo recurrente, a comparar la realidad irlandesa con la nuestra en cuanto surge alguna controversia en torno a Bildu. Apelan, entonces, a Gerry Adams y al Sinn Féin como ejemplo de transición pacífica, para mostrar nuestra supuesta incapacidad de asumir el paso «de las armas a la palabra». Y esto no es así. Las comparaciones, suele ocurrir, resultan desafortunadas. No hay dos situaciones iguales y forzar la equiparación lleva a omitir detalles relevantes que marcan la diferencia.
Viene al caso esta reflexión por las dos irrupciones de los de Otegi en el debate público en estas semanas electorales: por la presentación de unas listas en las que concurrían condenados por delitos de sangre (que terminaron renunciando) y por las declaraciones del delegado del Gobierno en Madrid en las que alababa la participación de la izquierda abertzale en las políticas sociales estatales. Y quienes se revuelven ante las críticas a ambas cuestiones ignoran que la categoría de normalidad democrática no se adquiere de forma automática al participar de la dinámica institucional, sino que exige un plus. En este caso, el reconocimiento pleno del pasado y la colaboración para la resolución de los crímenes que aún quedan por resolver. Entonces, solo entonces, saldremos del anacronismo y de la «no normalidad» que representan.
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