El buen salvaje

Cállense, por los muertos que todavía no saben que lo son

Luego están los palmeros de uno y otro signo. Ese afluente de este río de basura es aún más hediondo porque el político, al cabo, hace su trabajo, que es no hacer nada para mantenerse en la poltrona

Primera lección: no saben administrar un país o una región como se merecen los habitantes que pagan esos impuestos que anuncian por televisión. Dicen que nuestro dinero vuelve, ¿adónde? A Valencia desde luego que no. Lo que estamos viendo no es consecuencia de un castigo divino, una suerte de plaga egipcia, ni una bofetada del Planeta, que puede ser que también. Greta Thunberg diría que Valencia es la zona cero del apocalipsis mundial porque seguimos conduciendo coches de gasolina y no llevamos los envases al contenedor adecuado. Métase la lengua en boca ajena y déjenos en paz de una vez. Hay quien se deja guiar por voces de brujos mientras elige qué serie seguir en Netflix. Es más, el algoritmo de Netflix nos dice que sigamos a los brujos.

Lo que sucede por allí es que los gobernantes no conocen lo que es la eficacia ante una tragedia de magnitud desconocida. Han despertado de golpe de la costumbre de insultarse, tan noqueados que les resulta complicado responder a otra cosa que no sea decirse al oído que se odian. Están educados para la guerra dialéctica, digamos que para una vida ficticia, tan paralela a la verdad de los hogares como los programas del corazón, pero no para la guerra de verdad. Cuando la guerra estalla resulta que no tenían bombas, ni tanques, ni saben qué hacer con los soldados. Cuando todo esto acabe deberían irse todos a su casa y dejar que el trabajo lo hagan ingenieros, economistas, abogados, científicos; en fin, personas de bien que saben que entre manos llevan algo más que metralla de nada.

Luego están los palmeros de uno y otro signo. Ese afluente de este río de basura es aún más hediondo porque el político, al cabo, hace su trabajo, que es no hacer nada para mantenerse en la poltrona, pero es que los «especialistas» y «periodistas» que nos cuentan cómo tendrían que hacerse las cosas provocan la náusea, sobre todo cuando estamos viendo o escuchando a personas que nos cuentan sus calamidades. A Juan, a Rosa, a Amparo. Y, más aún, sobre todo cuando muchos de los muertos no tienen nombre y viven todavía en la incertidumbre. Son fantasmas que algún día se nos aparecerán para contarnos lo que realmente pasó y lo que piensan de los que nos quedamos aquí para contar sus historias. La de los que intentaron coger el coche en un aparcamiento, algo tan banal convertida en la decisión más importante de sus vidas. Si no saben hacer su trabajo como es debido, cállense, pues, o que les persigan las pesadillas de los difuntos.