Con su permiso
Carriles oxidados
Ni los crímenes mafiosos ni los golpes de Estado nos alteran más allá de los primeros impactos. Ni lo hacen las certezas de que Rusia y China, y quizá pronto La India, se comen la merienda del futuro mientras tratamos de que no nos digan qué hacer en el presente
Tiene Evelio la sensación de que el mundo se mueve por unos carriles oxidados y sin atornillar cuyo estrépito sólo altera débilmente nuestra feliz calma de supuesta paz y evidente distancia.
Únicamente la cercana guerra de Ucrania y su consecuencia de reajuste de la economía y ciertos usos y costumbres tecnológicos, llega a sacudirnos de ese letargo de atención en el que vivimos, seguros en nuestras fronteras seguras y acomodados en nuestra cómoda sociedad del bienestar. Tenemos, por supuesto, crisis, conflictos y dolor en calles y familias, pero hay esperanza de mejora, protección social y administraciones que a veces hasta hacen su trabajo en aliviar el sufrimiento de la gente. Y si no nos gustan las cambiamos en las próximas elecciones o salimos a la calle o a las redes a exponer críticas y airear protestas cuando nos aprieta la urgencia o nos araña la injusticia.
Esta semana nos han zarandeado dos impactos de realidad que deberían hacernos pensar en lo necesario que sigue siendo atender a ese mundo más allá de nuestra cerca eléctrica de sociedad acomodada.
En Ecuador, Fernando Villavicencio, un periodista que señaló hace tiempo la corrupción política y la paulatina e imparable penetración del narcotráfico en su país, ha sido asesinado a pocos días de unas elecciones a las que concurría como candidato presidencial. Le balearon tras un mitin cuando se dirigía a su coche. «El país se va al carajo» lee Evelio que comentó su mujer al denunciar poco después del asesinato los fallos de seguridad. Ecuador es un país hermoso y fue pacífico, pero en los últimos años los narcos están asentándose en él porque la permeabilidad de su frontera con Colombia y las facilidades de sus puertos del Pacífico resultan tentadoras para el negocio. La presencia del narco como organización global es la termita que corrompe y descompone el Estado y siembra la tierra de sangre. Casi 5.000 personas murieron de forma violenta el año pasado en ese otrora pacífico país. Las mafias de Méjico y Colombia abren sucursal en Ecuador y nada parece poder detenerlo. Aquí, en el satisfecho occidente, alimentamos el mercado con el consumo de las drogas, sobre todo coca, que ellos cultivan, preparan y venden. Allí les dejamos el dinero a los narcos y a ellos les procuramos amable y solidariamente sus muertos, su miseria y su corrupción. Las drogas se maceran en sangre, pero como no es nuestra, seguimos trayéndolas aquí.
El segundo impacto es africano, el golpe de Níger. Lejano, sí, pero sonoro porque hay potencias a cuyos intereses comerciales toca ese movimiento golpista que las naciones africanas recogen con división. Como siempre. Las que gobiernan juntas militares con el soporte de Rusia y la connivencia China apoyan el golpe. Los más occidentalizados lo rechazan y algunos hasta sugieren intervenir. Hay recursos en juego. Y a Evelio le gustaría pensar que un compromiso de Occidente con la idea global de democracia como régimen de libertades y anticorrupción. La diferencia o la singularidad de culturas lejanas no tienen por qué chocar con un concepto universal de libertades privadas y públicas.
El mundo tras los cristales se agita a los sones de la corrupción y los negocios sucios. Un joven español confiesa haber descuartizado a un amante colombiano y todos pensamos en la sombría dureza de las cárceles de Asia. Nos arroja esa cercanía a seguir la pista del crimen, pero no la realidad de aquella otra cultura lejana. Porque todo este sonoro vaivén de dramáticas desdichas sucede lejos, más allá de la ventana y el jardín, mientras nosotros y parece que nuestros gobernantes lo contemplamos con el grado de compromiso con que uno asiste a un partido de liga: cuando se pase la impresión del relato, seguiremos en lo nuestro.
Piensa Evelio si Occidente no se está confiando demasiado. Cuando Rusia invadió Ucrania se agitó el fantasma del desequilibrio global como objetivo, pero a la vista de que los rusos siguen como las empresas en quiebra técnica, sobreviviendo sin recursos, se nos diluye la amenaza y ya no parece preocuparnos. Seguimos sin más problemas que los truenos cercanos. No llegan a casa.
Tampoco los crímenes mafiosos ni los golpes de Estado nos alteran o sobrecogen más allá de los primeros impactos. Ni lo hacen ya las certezas de que Rusia y China, y quizá pronto La India, se comen la merienda del futuro mientras nosotros tratamos de que no nos digan qué hacer en el presente.
A Evelio se le escapa cuál puede ser la solución, pero tiene claro que algo hay que hacer.
El mundo se mueve alrededor por raíles oxidados y sin atornillar. Lo hacen girar cada vez más, países de nulo o escaso compromiso democrático.
A Evelio no se le ocurre una respuesta. Pero tiene la convicción de que el silencio no ayuda y mirar para otro lado no sólo nos hacen cómplices sino que contribuye con energía a debilitar nuestras propias situaciones democráticas. Esto es universal, esto es de todos.
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