César Vidal
11 de septiembre: mito y verdad
Carlos II, el último monarca de los Austrias, dejó como heredero en 1700 a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Originalmente, el nuevo monarca fue aceptado por toda España. Sin embargo, Inglaterra y Holanda deseaban impedir la hegemonía francesa en el continente –algo inevitable si el monarca español era pariente del rey de Francia– y sustituirla por un sistema de equilibrios. Para ello, resultaba esencial que en España reinara el archiduque Carlos que, el 13 de octubre de 1705, desembarcó en Barcelona. Desde 1700 a 1705, Cataluña no se había opuesto en absoluto a que Felipe V fuera rey e incluso en 1701, se celebraron Cortes en Barcelona. Tampoco es cierto que se opusiera la antigua corona de Aragón. Por ejemplo, a su favor estuvieron Castellón, Alicante, Calatayud o Tarazona, así como el Valle de Arán y ciudades catalanas como Vic y Cervera. Del mismo modo, Madrid, Alcalá y Toledo apoyaron al archiduque Carlos. Por añadidura, los catalanes partidarios del archiduque Carlos sólo eran patriotas españoles y no independentistas. Así, el general Antonio de Villaroel que, el 11 de septiembre de 1714, se enfrentó a las tropas de Felipe V, les arengó diciendo: «Estáis luchando por nosotros y por toda la nación española». Lejos de ser un conflicto independentista, era una guerra civil de carácter dinástico. En 1711, murió el emperador José I y el archiduque Carlos pasó a ser el heredero directo del trono imperial. Semejante circunstancia perjudicaba obviamente la política de equilibrio angloholandesa y obligaba a terminar la guerra. En septiembre de 1711, el archiduque abandonó Barcelona que, no obstante, decidió seguir resistiendo. Su defensa recayó, en noviembre de 1713, en Rafael Casanova, miembro de la burguesía catalana vinculada a los Austrias desde mediados del s. XVII y al que en 1707 el archiduque Carlos había otorgado el nombramiento de Ciutadà honrat (ciudadano honrado). El 25 de julio de 1713, las tropas de Felipe V iniciaron el asedio de Barcelona. Durante los siguientes meses, la situación de Barcelona se convirtió en desesperada y, el 3 de septiembre, el duque de Berwick, que mandaba las tropas de Felipe V, propuso la rendición. Casanova, quizá para ganar tiempo, solicitó un alto el fuego durante doce días, pero su propuesta – como la de que Felipe V pagara los gastos del asedio – fue rechazada. El 11 de septiembre, día del asalto final de las tropas borbónicas, Casanova apareció en la muralla y, durante el ataque enemigo, resultó herido de bala en el muslo y fue trasladado al colegio de la Merced. Ante la inminencia de la caída de Barcelona, parientes y amigos de Casanova afirmaron que había muerto combatiendo. La realidad fue que se repuso en la finca de su hijo, en Sant Boi de Llobregat. Amnistiado en 1719, volvió a ejercer como abogado hasta 1737, año en qué se retiró. Murió diez años más tarde. El mito del independentismo surgiría ya a finales del siglo XIX y lo convertiría en un héroe del independentismo. Pero era mito, no la Historia real de un español, en una ciudad que se consideraba española y que, simplemente, apoyó a otro aspirante al trono de España.
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