María José Navarro

14-F

La Razón
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El otro día me llegó al móvil un anuncio para San Valentín. A mi móvil me llegan cosas sorprendentes y que delatan a mi compañía telefónica porque no tiene ni la más remota idea de cuáles son mis gustos y aficiones. Que no digo yo que no me salten alertas por otras cosas peregrinas de las que me tienen pillada por el mail, pero es que mi compañía es una fenómena para mandarme opciones extrañas. Por ejemplo, me invitan a visitar el Bernabéu, la sala de trofeos, el vestuario, y de remate me ofrecen entrar en un sorteo de una camiseta firmada por Sergio Ramos. Lo siguiente será una cámara de gas o la clínica del Doctor Mengele, como si lo viera. Mi compañía telefónica me llama de vez en cuando a través de esas operadoras con acentos suaves y educados que te sacan de tus casillas, capaces de venderte un contrato de mantenimiento cuando das una queja por el mal funcionamiento de su servicio de mantenimiento. Y entonces tú te muerdes la lengua y tratas de ser todo lo amable que te permite la imagen de verte recibiendo una camiseta firmada por Sergio Ramos. Y respiras hondo y te dices: pudo ser peor, pudo ser la camiseta de Álvaro Arbeloa, sé maja con esta chica que no tiene ninguna culpa y cuando cuelgue te pones una plancha caliente en un muslo y se te pasa el cabreo. Total, que para rematar de cabeza, mi compañía telefónica me manda el siguiente mensaje: «Oferta San Valentin. Diez euros gratis en tus flores a domicilio. Código: TRUELOVE. ¡Reserva ya!». Y me dije: qué leche, me voy a mandar un ramo a mí misma. Porque hoy, amigos y amiguitas, se celebra esa cosa tan patética y tan rancia que es el Día de los Enamorados. Muy patética y muy rancia, pero que si te cae un regalo te rilas de gusto. Si pudiéramos salir en la tele con la cara pixelada lo diríamos: me gusta, sí, me gusta, qué pasa. Tampoco con florituras y poemas, eh, que luego se nos va la mano y nos damos mucha vergüenza. Una cosa sobria y tranquila. Lo más parecido al amor.