Elecciones catalanas
15 magníficos
De los días en Cataluña traje en el petate la emoción por la victoria de Arrimadas, la desazón porque el golpe es el de nunca acabar, las conversaciones con unos ciudadanos asustados y/o enloquecidos y el orgullo de compartir unos minutos de trinchera con maestros del calibre y coraje de Félix Ovejero. Para el profesor, uno de los pensadores que con mayor limpieza intelectual combate el vacilo nacionalista, en Cataluña se ha ignorado durante décadas la base demográfica, idéntica a la del resto de España. Si no de qué iban a poder omitir los primeros veinte apellidos del censo. Tampoco conviene hablar de unas «minorías indígenas ignoradas institucionalmente»: los silenciados conforman la mayoría social. Se trata de una «realidad que tenía que respirar políticamente por algún lado y nunca lo hizo porque las élites de izquierda [portavoces naturales de esos excluidos], formaban parte de la casta nacionalista». Era, fue, el triunfo de un horror vacui que no admite postura más allá de su perímetro. Serás (o mejor, creerás ser), liberal o progresista, futbolero o melómano, amigo de los animales o entusiasta de la arqueología, pero ante todo, sobre todo, nacionalista, moreno. De ahí la debacle moral de una izquierda que en Cataluña tardará décadas en recuperar sus puntos cardinales, y eso si los encuentra: el nacionalismo es, por sistema, xenófobo y ultra y carpetovetónico y excluyente y desconfiado y rapaz. Con su puntito racista y esa altanería cool que dan los años de creerse más guapo que nadie. En su voracidad dictaminó que no había vida fuera de su sombra. El suyo es un ecosistema de mayorías búlgaras y ardientes unanimidades. Su tiranía fue diagnosticada hace 12 años por los ideólogos de Ciudadanos, en un manifiesto fundacional que estudiarán las futuras generaciones de escolares españoles. Por un nuevo partido político en Cataluña. Arranca así: «Después de 23 años de nacionalismo conservador, Cataluña ha pasado a ser gobernada por el nacionalismo de izquierdas. Nada sustantivo ha cambiado...». Recuerden. Pasqual Maragall y el Tripartito sustituían al virrey Pujol para que nada, absolutamente nada, cambie. Pero cambió. Vaya que sí. Los nacionalistas trocaron en independentistas, vencido ya cualquier prurito de pudor, mientras el resto, la mayoría ignorada, vilipendiada por una izquierda de miserables y una derecha encanallada, abrazaba la resistencia. La única posible en Cataluña. La que encabeza Ciudadanos. Se lo debemos al millón cien mil de votantes que dijeron basta, a Albert Rivera y a Inés Arrimadas, pero también a esos 15 magníficos, Ovejero entre ellos, que hace más de 10 años pidieron la voz y la palabra para que, «puesto que el nacionalismo unifica transversalmente la teoría y la práctica de todos los partidos catalanes» naciera uno «que contribuya al restablecimiento de la realidad». Ah, volver a la realidad. Qué gusto y qué gesta. El agradecimiento de los demócratas españoles con los 15 es y será eterno. Cuando todos callaban, o sorbían el maná del pesebre, ellos dijeron basta. Ahora, igual que en la canción de Leonard Cohen, «the wind, the wind is blowing/ through the graves the wind is blowing/ freedom soon will come».
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