M. Hernández Sánchez-Barba
1504. Medina del Campo
La barrera montañosa de Guadarrama separa las dos Castillas, al norte «la Vieja», al sur «la Nueva». Son en realidad una, sólo que la segunda es consecuencia de la repoblación que en la Reconquista llevaron a cabo las monarquías asturiana, navarra y, en definitiva, la castellano-leonesa, gracias al sentido común de la reina Doña Berenguela. Precisamente, ambas vastas regiones estuvieron abiertas geohistóricamente a la intercomunicación; los productos del mercado, las mercancías transportadas por recuas, unían entre sí las ciudades, surgidas por el impulso de la expansión al amparo de los ríos, los valles y las mesetas, con los puertos cantábricos, atlánticos y mediterráneos. También productos industriales, tales como tejidos, el repujado del cuero y el papel, figuraban como productos estrellas en las ferias, abiertas dos veces al año al amparo de los privilegios otorgados por la Corona. Las ferias más famosas de España, y quizás de la Cristiandad, eran las celebradas en la encantadora, abierta y pujante Medina del Campo. La feria de agosto del año 1504 se celebraba cuando agonizaba la reina Isabel I de Castilla.
El bullicio de la vida cotidiana del mercado ferial, repleto de multitud de gentes llegadas de todos los rincones de España y de la Europa occidental, recorría las calles de Medina del Campo, llenas de mercancías de todas clases, organizadas por gremios: pañeros, plateros, peleteros, curtidores; o bien, especias, cestería, tapices. En otros lugares, hortelanos, pescadores, carniceros y, en calles alejadas, animales vivos: vacas, corderos, caballos, bajo el cuidado de vaqueros y chalanes, que desde el amanecer llevaban a cabo transacciones laboriosas, con regateos interminables hasta cerrar la operación. El comercio no impedía los fundamentos humanísticos de la población.
Justamente el mismo año 1504, el regidor de la ciudad, Nicolás de Montalvo, poco antes de su muerte hizo la última corrección a su genial «Amadís de Gaula», un éxito espectacular del género de caballerías en la España del siglo XVI. Otro de los regidores de Medina del Campo, Francisco Díaz del Castillo, fue padre de un niño, de nombre Bernal, que brillaría en la conquista de México y que descontento con los elogios en solitario prodigados al que fue capitán de la hueste, Hernán Cortés, por su biógrafo López de Gómara, escribiría siendo regidor de la ciudad Antigua del Darién «Historia verdadera de la conquista», donde ponía de relieve que la gloria de ella no pertenecía sólo al capitán, sino a toda la «compaña», que puso Anahuac y su centro político y religioso, Tenochtitlán, bajo soberanía del Rey de España.
La principal mercancía de Medina del Campo era la lana merina, en bruto y tejida, exportada a los telares de Flandes por los puertos castellanos del Cantábrico y consumida masivamente en Castilla. El comercio textil de la lana era, en la época, la actividad comercial más lucrativa de la nación y de ella derivan gremios de gran pujanza: esquiladores, deslustradores, despinzadores, cardadores, tejedores y tintoreros, bajo la exigente dirección de empresas privadas de negocios de la potente ciudad de Burgos, unida con otras ciudades y bajo la organización del «sindicato» de la Mesta, para el fomento de la exportación de la excelente lana merina, de alta demanda en los telares flamencos, así como en los reinos de Inglaterra y Francia.
Todo este gran mecanismo económico, cuyo centro era sin duda Medina del Campo, coincidió con la grave enfermedad de Isabel I de Castilla, que finalmente moriría el 26 de noviembre de 1504, creadora con su esposo Fernando de Aragón del moderno Estado español, lo cual culminaba su gran creación espiritual que es la nación, misionera de América. Doña Isabel firmó su testamento el 12 de octubre, justo diez años después de la instalación en la isla de La Española de la primera gobernación española. Don Fernando ordenó levantar los pendones con las armas de su hija Juana y de su esposo el archiduque de Borgoña, Felipe «el Hermoso». El 23 de noviembre la Reina dictaba un Codicilo a su testamento y hacía entrega del Reino en custodia, en ausencia de su hija Juana, al rey Don Fernando. El codicilo era un mandato exigente a sus herederos para mantener la unidad. Su último pensamiento, para los indígenas del Nuevo Mundo: que fuesen tratados como súbditos. Su fe, como ha expresado el historiador español Luis Suárez, respecto al cristianismo y la Iglesia: la verdad absoluta. Con España y sus súbditos que encomendaba a la custodia de Don Fernando, a cuyo lado deseaba ser enterrada en Granada. Pero la última ratio consistía en que el Estado, organización y control, mientras moría la Reina, había conseguido ser nervio y vitalizador de la nación. Medina del Campo y su actividad económica y social era el ejemplo.
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