Gaspar Rosety

25 años de Villar

Lo conocí cuando lo llamaban «Chule», llevaba el «8» del Athletic Club de Bilbao, y tenía un puesto distinguido en el club y en la Selección. Comencé a tratarlo cuando llegó a la presidencia de la Federación Vizcaína, en 1982; fueron los años gloriosos del Athletic, dos Ligas, una Copa del Rey y una Supercopa, con Javi Clemente y Piru Gaínza; más tarde, en la directiva de la Española, en 1984, y mano a mano, desde que ganó la presidencia de la Real Federación Española de Fútbol. Aquella mañana tórrida de Madrid, de 1988, venció Villar. Ya había derrotado en 1982, en las elecciones a la Vizcaína, a su compañero Zorriqueta, candidato apoyado por el PNV, partido en el poder. Herrera era el candidato del PSOE, partido gobernante en España. A Villar no lo votaban los políticos, sino el fútbol. El auténtico poder.

Ganó con holgura y estabilidad. Su mérito reside en que el fútbol español sigue confiando plenamente en él. Hace un mes, recordaba con Antonio Medina Cuadros, en la entrega del «Olivo de Plata» a los valores humanos, sus ocho trofeos «Maurice Burlaz», el mayor galardón para el fútbol base internacional. Ocho de doce, casi nada.

Hoy hace veinticinco años de aquel 29 de julio, cuando no éramos nadie en el concierto internacional ni teníamos nada que llevarnos a la boca. Hoy, somos un modelo a seguir para el mundo entero. La Selección sacó hace muy poco a las calles de toda España a 16 millones de ciudadanos, felices bajo una sola identidad, que vive en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas. Veinticinco años después de la llegada de Ángel María Villar a la presidencia de la Federación, todos somos uno. Ya dijo Ortega que el deporte es la máxima expresión del ser humano. No es preciso ahora contrariar al pensador madrileño.