Cástor Díaz Barrado

A contratiempo

Los independentistas catalanes caminan en dirección contraria a lo que marcan los tiempos de la sensatez y de la modernidad, que son los que priman en el planeta. En la sociedad internacional fragmentada, el éxito queda garantizado cuando se tiende a la unión de esfuerzos y a la solidaridad entre los países y los pueblos. Lo peor es que los independentistas de Cataluña arrastran al resto de los españoles a asumir consecuencias negativas y a verse privados de niveles de bienestar que se han alcanzado con el esfuerzo y el sacrificio de todos. En Cataluña, las cosas son diferentes a como se presentan y, existe una mayoría, que se ve sometida al poder de los independentistas. La comunidad internacional busca la unión de los Estados y profundizar en la cooperación. El mismo día que la canciller alemana Ángela Merkel proclamaba que la caída del Muro de Berlín, hace veinticinco años, suponía la unión de los pueblos y que el futuro de los alemanes no era otro que su pertenencia a la Unión Europea, los independentistas catalanes pretendían levantar un muro que separe a las familias catalanas y que establezca diferentes tipos de ciudadanos. El muro, en Cataluña, se está construyendo paulatinamente, por medios antidemocráticos, y trasladando el mensaje de que la legalidad no se respeta en ese territorio. La política del Reino Unido de Gran Bretaña ha acertado en esta cuestión y, así, el primer ministro David Cameron ha afirmado, con rotundidad, que debe mantenerse la unidad de España. No hay otro camino para la legalidad y la legitimidad internacionales. Los comportamientos antidemocráticos, adornados por la artificialidad, no deben ser la pauta en un país como España. Es posible, y seguramente conveniente, la reforma de la Constitución, también para que el Estado central recupere competencias, sobre todo las de educación pero, entretanto, no podemos asistir atónitos al incumplimiento de las leyes por aquellos que se reclaman independentistas. Hay que construir un nuevo país menos descentralizado, con ciudadanos más libres y más iguales. No hay que temer el embate independentista. En la sociedad internacional la unión tiene la razón y no es tiempo para levantar muros lingüísticos y sociales. El futuro está por descubrir, pero no hay que descartar que los nacionalismos pongan en serias dificultades al proceso de construcción europea. Combatir a los nacionalismos es una exigencia democrática y resulta acorde con la protección de los derechos humanos. Lo universal prima sobre lo particular y nada resulta más satisfactorio que impedir la construcción de muros de la vergüenza.