Artistas
A parir
El otro día me asomé a Instagram a echar un vistazo a todas esas tías que enseñan sus vestiditos, sus fotos poniendo morritos, su estupenda vida y su casa de ensueño. Me sorprende el afán que tienen algunos, y sobre todo algunas, en regodearse en sus posibilidades y en su éxito, incluso en presumir de los obsequios de marcas carísimas de las que alardean para que el convoluto de baratillo quede compensado para las firmas.
Un empeño esclavo, diario, un cansineo. Pero, amigas y amigos, ahí estoy yo. Ahí estoy yo cada poco para asistir a esa pasarela de egos mientras me reconcomo en mi vida de mierda. La semana pasada tuve la oportunidad de comprobar lo bien y lo estupenda que se ha quedado después de su cuarto parto Amelia Bono, la hija del ex presidente de Castilla-La Mancha y esposa de un hijo de Raphael.
A la chica le han caído por todos lados por hacer gimnasia incluso cuando está contraindicada y luego de paso le han atizado por tener ayuda para criar a sus hijos. Esto último, por cierto, me parece estupendamente bien si se lo puede permitir y parece que se lo puede permitir de sobra. Cosa distinta es que pueda defender el alarde de Amelia, la ostentación de su cuerpecito después de cada parto, la ficticia naturalidad con la que nos enseña que se puede ser mamá y enseguida estar cañón y que ese debe de ser el patrón de vida de una mujer de nuestro tiempo: casada, enamorada, feliz, madre de familia numerosa y delgada. A todo eso hay que añadir la arenga de sus amigas, todas ellas en ese mediopelismo intrascendente de celebrity de pueblo, todas alabando lo perfecta que se ha quedado después de parir. Tener un hijo te cambia, te rompe, y te deforma. Y no hay razón para disimularlo o estaremos haciéndonos un flaco favor. Flaco. Vaya por Dios.
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