Pedro Narváez

¿A qué esperan, a que España sea Túnez?

No hará falta expropiar la Giralda como pide Podemos en esa mayúscula incultura que trata de escribir la historia no como fue sino como a ellos les gustaría que hubiera sido. Eso es la «democracia participativa», que uno puede proponer una salvajada y asaltar el cielo para conseguirla. Puestos a jugar a la historia ficción, para entonces a lo peor la torre que los yihadistas consideran suya ya es escombro del tiempo, un pecado original de la belleza que debe ser extirpado de la memoria que mantuvieron nuestros ancestros almohades, tan sevillanos como el emperador Trajano o Cernuda. El terror acecha mientras buena parte de los diputados se lo pasan por el arco parlamentario, como si la realidad que ven por televisión fuese una pelicula de Darío Argento, una exageración que nos da sustos de muerte para exorcizar nuestros fantasmas y luego dormir con un «a mí plín». Caerá sobre sus conciencias primar la estrategia política sobre el bien de la Nación cuando confundan otro cuerpo mutilado con una escena de «Yo anduve con un zombi». Ante la amenaza global levantan la nariz como un critico de arte ante la mierda de artista. En unos días se rubrica finalmente el texto del PP y del PSOE, un acuerdo mínimo que debe ser el cimiento de un muro de contención, mientras el resto de grupos se comporta como bárbaros que anhelan el agujero por donde infiltrar su veneno electoralista. Aquí no aceptan un control de pasajeros cuando ya en los aeropuertos nos hacen ir con calcetín molón y en cuanto quiera Obama con calzoncillos de marca, tal es el «streptease» que precede al vuelo. ¿A qué vienen tantos remilgos entonces? Un presunto terrorista es un presunto cabrón al que en España no se le cierran las puertas de la ley para quemarlos vivos. El mensaje que se lanza es atroz. Si no estamos juntos para esto qué nos deparará ese incierto futuro de los pactos.