José Luis Requero

Accidentados

Quizás por haber cursado el antiguo bachiller de letras en un colegio de dominicos –los de Atocha–, me familiaricé con santo Tomás y en los fundamentos de su filosofía, en Aristóteles. Es una filosofía que yo llamaría del sentido común, muy práctica para la vida cotidiana; es útil hasta para valorar la actualidad, palabra ésta, actualidad, también de connotaciones tomistas. Un ejemplo de esa utilidad es el distingo entre sustancia y accidentes. Sustancia es lo que es en sí y no en otro, accidente lo es en otro y no en sí. Por ejemplo, la sal es sustancia, porque sal, lo que es sal, sólo puede ser eso y no otra cosa; pero el color blanco lo es en otro y ese color como accidente está en la sal, en el azúcar, en la nieve, etc.

Lo accidental es accesorio, lo que carece de entidad propia, por eso es necesario advertirlo y ponerlo en su sitio: para no ir por la vida accidentados y ser personas con sustancia. Lo accidental es distinto de lo circunstancial. Las circunstancias tienen especial relevancia porque modulan los hechos, los agravan o los atenúan.

Es una filosofía muy útil para captar lo básico y, por seguir con el ejemplo, el olvido de ese distingo entre sustancia y accidentes hace que éstos cobren un protagonismo impropio, lo que está en la base de no pocos cataclismos. Es lo que pasa con no pocos atentados contra la vida humana. Así, según la Prensa, es más grave un crimen fundamentalista en el primer mundo, en París, pongo por caso, que en una iglesia perdida en Nigeria. El lugar –un accidente– desdibuja la gravedad del hecho. O todo lo que rodea al aborto. El no nacido «es» ser humano y no un conglomerado de células. Que mida unos milímetros o que tenga apenas unas semanas y esté en el seno materno –tres accidentes: medida, tiempo y lugar– no altera su sustancia humana hasta convertirlo en otra que lo haga destruible, experimentable o comercializable: preembrión, embrión o feto.

Un ejemplo de qué es la filosofía del sentido común es lo que predicaba Juan Pablo II, cuando decía que la dignidad de una persona está en el ser, no en el tener; de ahí que lo que deba ocuparnos como empeño vital haya que descubrirlo en procurar ser mejor y no tener más: ser mejor padre o madre, cónyuge, amigo, etc. Además, es una filosofía que permite captar, por ejemplo, que lo justo y ético de una ley no radica en el número de votos con que se apruebe en el Parlamento, sino que su bondad está en su contenido. En fin es una filosofía que, al discernir lo sustancioso de lo secundario o accidental, permite que identifiquemos al que es pura fachada, apariencia o dado al discurso florido frente a quien tiene fondo y sustancia, aunque su puesta en escena no sea atractiva. O ayuda a la honradez y si al traernos la cuenta en el restaurante erróneamente nos cobran de menos, habrá que advertirlo porque lo sustancial no es que esos euros que podemos embolsarnos sean pocos –eso es accidental–, sino que ese dinerillo no nos pertenece.

Hay muchos más ejemplos, porque, insisto, al ser todo un planteamiento de sentido común, estamos ante la vida misma. Otro ejemplo bien reciente han sido las declaraciones del Papa al ir a Sri Lanka y Filipinas y al volver. De ida hubo quien se escandalizó por lo que dijo acerca de cómo reaccionaría si se ofendiese a su madre, otro caso más de quedarse en lo accidental, porque lo sustancial es lo que planteó: ¿existe realmente un derecho a la ofensa, al insulto? Y al volver lo polémico fue que dijese que la paternidad responsable no equivale a tener hijos como conejas. Admito lo sorprendente que es esa expresión en un Papa, pero lo relevante, lo sustancial, es que no dijo nada nuevo –unas semanas antes había alabado la generosidad de las familias numerosas– y alertó precisamente de identificar paternidad responsable con lo accidental: paternidad responsable no es emprender una carrera por tener más hijos, sino determinar en conciencia –ojo, en conciencia– y con generosidad qué hijos pueden traerse al mundo.