Julián Redondo

Afición ejemplar

Sometido a una tortura de 120 minutos, el público del Calderón volvió a sacar sobresaliente. Merecía el premio de la clasificación porque no dejó de animar ni cuando su equipo regalaba la pelota en justa correspondencia a los balonazos del Bayer. Lo obtuvo en la tanda de penaltis: los alemanes son menos virtuosos que los españoles y sus turcos no rezan como Arda. Fallaron tres por dos, así que el Atleti avanza a cuartos. Bajo el aserto gitano que dice que no quieren a los hijos con buenos principios, Moyá se lesionó en la primera y única jugada de ataque ortodoxo del Bayer. Entró Oblak y podía haberse quedado en el banquillo hasta la tanda de penaltis, cuando paró el primero. El Atlético no padeció atrás y los zagueros alemanes, algo más exigidos, sobrevivieron sin pedir auxilio y Leno sin tener que hacer milagros. El gol no pudo evitarlo porque Spahic desvió el tiro de Mario. A continuación, una hora de fútbol horror «show», el incomprensible y precipitado cambio de Raúl García por Cani, mientras Mandzukic renqueaba. Balones aéreos, entregas al contrario, pérdidas absurdas y un detalle: hay partidos en que la sola intención de saltar con el brazo doblado es contestada con la amarilla, en éste, Rizzoli se abstuvo con los codazos flagrantes y tampoco vio el penalti de Spahic a Raúl García (min 82). Pese a todo, el público no la tomó con el árbitro porque lo menos parecido al fútbol se abría paso entre las erróneas decisiones. Y en el palco, el talismán, uno del Madrid, Alejandro Blanco. No falla.