César Vidal

¡Alégrense... es Navidad!

La Razón
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En 1925, un erudito llamado P. Schnabel descifró unos escritos cuneiformes de la escuela de astrología de Sippar, en Babilonia, donde se mencionaba una conjunción acontecida en el año 7 a. de C. El fenómeno, visible entre finales de febrero y el 4 de diciembre del citado año, era el fenómeno astronómico visto por los magos que, según Mateo, acudieron hasta Belén para adorar al Mesías nacido siendo Herodes rey. Ciertamente, la Historia de la Humanidad sería totalmente distinta si Jesús no hubiera venido al mundo. Nuestra sociedad, de continuar siendo como la clásica, conocería la esclavitud; vería cómo las mujeres se casarían con doce años –el límite de edad establecido en la ley de las Doce tablas – contemplaría como normal que los niños fueran abandonados por sus padres al nacer; abandonaría a los parientes enfermos en las cunetas y eliminaría a los ancianos mediante alguna forma de eutanasia. Tendríamos elecciones y calzadas, pero si, al final, godos o hunos hubieran prevalecido, ni siquiera eso nos habría llegado de la cultura clásica. Tampoco habríamos conocido la fundación de la universidad en la Edad Media ni los grandes aportes de la Reforma del siglo XVI como la cultura del trabajo, la revolución científica, la separación de poderes, la alfabetización generalizada, la erradicación de la mentira y del hurto como pecados veniales o la democracia moderna. Además de todos esos logros innegables, millones de personas no habrían experimentado a lo largo de dos milenios la paz de corazón ni la esperanza en medio de las dificultades ni la confianza serena en la vida tras la muerte ni el gozo del perdón derivado del abrazo gratuito de Dios que únicamente puede ser recibido mediante la fe. Hoy, a los que no tienen voz, a los ancianos, a los enfermos, a los huérfanos, a los deprimidos, a los que están solos, a los que carecen de un empleo digno, a los que sufren, a los que no disponen de alguien que los escuche, a los que no ven futuro, a los que lloran, quiero recordarles que la esperanza, la confianza y el amor se hallan a disposición de aquellos que abren sus corazones a Jesús a pesar de la crisis económica, de la desastrosas castas que padecemos o de la inseguridad. Los invito a alegrarse aunque parezca que no hay motivos. En realidad, los hay de sobra, siquiera porque hace más de dos mil años nació Jesús y su luz sigue iluminando un mundo sumido en las peores negruras.