Ángela Vallvey
Algo se mueve
El padre Jorge, más conocido como Papa Francisco, está logrando que en la Iglesia católica ocurran cosas nunca vistas. Quizás por esa «mano izquierda» de los jesuitas o por algún milagro «humano» más que divino, pero algo se mueve desde las jerarquías hasta las bases eclesiásticas, algo las está empujando suavemente, recolocándolas en otro sitio. Las estructuras vaticanas debían de ser de metal forjado para durar dos mil años, pero el tiempo no pasa en vano para nada ni para nadie, y llega un momento en que todo ha de ser reformado, reconstruido y adecentado.
Los supuestos casos de sacerdotes pederastas que están saliendo a luz, y que continuarán emergiendo ante el espanto y la repulsa de la opinión pública, son el ejemplo de que Francisco ha abierto puertas y ventanas de una institución religiosa que ha callado sobre sus vergüenzas durante centurias. El error, la debilidad, el vicio, la ignominia... han llevado a algunos a confundir delitos con pecados veniales, a perdonar los delitos como se absuelven los pecados, con un simple gesto de la cruz sobre la cabeza del criminal y la imposición de unos rezos por penitencia. A no tener en cuenta la reiteración, la reincidencia, la frecuencia en la maldad... A dar cobijo y comprensión a las serpientes, convirtiéndolas además en las guardianas de los niños a los cuales debían proteger y cuidar. La sociedad y la Ley, a las cuales la Iglesia no es ajena, deben tener tolerancia cero con la pederastia, y si además tal violación tiene lugar en las filas de la Iglesia, deben mostrar doble repulsa. Condena sobre un crimen inmundo, de los peores que comete el ser humano, que implica una atroz injusticia: abuso de poder y opresión sobre un menor, corrupción e inmoralidad clamorosa.
Ojalá Francisco consiga hacer justicia para consuelo de las víctimas.
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