Francisco Nieva

Allá películas - I

El dicho se refiere a películas de la piel, del cuero cabelludo, a la caspa, que puede «adornar» las solapas de quien no se lava. Y de aquí viene tildar de casposo todo lo viejo, reviejo y pasado de moda. Se dice para desentenderse de preocupaciones vanas, de minucias ocasionales. No puedo decir yo lo mismo con relación a las muchas películas cinematográficas que en los últimos meses me sirven para conocer mejor mis tiempos. Son la más fidedigna fuente de información y reflexión.

El nivel cultural de un pueblo se mide por el arte más popular que produce, y el buen cine de Hollywood me demuestra cuánta ventaja le saca a otras filmografías nacionales. Se ha desplegado mucho talento en Hollywood, en filmes memorables como estos que repaso a menudo, tales como «Eva al desnudo», de Mankiewicz, «¿Qué fue de Baby Jane?», de Robert Aldrich o «Moby Dick», de John Huston. Huston enseña cómo adaptar un gran clásico a la pantalla. Su lectura de «Moby Dick» es de una asombrosa pulcritud literaria.

Melville es el Cervantes de EE UU y su libro maestro es «Moby Dick». La gran novela es, a la vez, un asombroso documental sobre la pesca de la ballena, escrito en un tono magnificente y bíblico. Aquí Huston se pone serio y ejerce un gran poder fascinatorio, que magnifica e inunda de misterio todas sus escenas. Tal es la facundia expresiva de Huston, su visual narrativa, que el muy profano en literatura y consecuentemente en Melville, se pregunta si lo sigue al pie de la letra. Y yo destaco las escenas preliminares, antes de que zarpe el navío «Pequod». La capilla del puerto ballenero, dotada de un púlpito que adopta la forma de una proa de barco que avanza y domina a los fieles. El sermón casi apocalíptico del párroco, incorporado por un imponente Orson Welles, un acierto más. Como la aparición del arponero salvaje, que debe compartir la cama con el joven protagonista y narrador sorprendido y aterrorizado por aquel rostro completamente tatuado, de lo que se consuela pensando que más vale un salvaje despierto que un cristiano borracho. Las inquietantes escenas con el mendigo medio loco, que vaga por el puerto profetizando la tragedia del barco: «Todos perecerán, salvo uno, que ha de quedar para contarlo». El despliegue del velamen, azotado por el viento, la partida del navío, ante un grupo de sufridas mujeres y viejos definitivamente varados, tras sobrevivir a las feroces trampas del mar. La fantasmal aparición del capitán Ahab, con su media pierna de marfil ballenero, que recorre el barco de noche, su siniestro golpe misterioso sobre cubierta. Su rencorosa tortura, contando con el talento interpretativo de Gregory Peck. Y luego, las sobrecogedoras escenas de la tempestad nocturna, con la manifestación del fuego de San Telmo, que Ahab apaga con manos crispadas, de loco, con el estremecimiento de la tripulación expectante. La corona de pájaros, que espera la aparición de la isla o el lomo de Moby Dick, del que cosechan valiosos nutrientes marinos. La final presentación del monstruo, que se hunde. Los embates de la ballena al barco, la muerte de Ahab, apresado por el cabo de su arpón, el trágico final del Pequod, el remolino que sobrenada con el sarcófago salvador del futuro narrador de la odisea, todo lo que el profano espectador de la cinta se pregunta si en la novelística de Melville se reviste de la misma grandeza expresiva, si es verdad tanta y tan tremebunda belleza. Pues, sí; es verdad.

Las últimas escenas son trepidantes, un mágico despliegue de técnica y talento cinematográficos. Nos hace la misma impresión de plenitud narrativa que cuando leemos la novela. Idéntica trepidación argumental, idénticos efectos o efectismos imaginarios. No en vano contó con la colaboración de Ray Bradbury como guionista. Aquí lo encomiable es la fidelidad a Melville, hasta qué punto lo glorifica y nos estimula a su lectura.

Considero a Melville como un premonitor del cine, el mejor proyecto de guionista contemporáneo. Basta para comprobarlo con leer sus novelas de «Los mares del Sur», «Benito Cereno» y «Billy Budd», por ejemplo. Textos magistrales, de un conmovedor impacto y llenos de recursos narrativos que nos hacen evocar el cine. Dejo para otras entregas los comentarios pertinentes a la ya citada selección de películas, que son en total un pozo de reflexiones, que nos hacen vibrar y sentir, cual si soñáramos.

He aquí un cine cultural, que estimula la lectura. Un cine que es una universidad popular, de infinitos alcances. No nos desentendamos del cine ni jamás digamos: «¡Allá películas!».