Alfonso Ussía

«Alsasua fashion week»

O la «Pasarela Matadero de Durango». Interesante. El mundo de los desfiles de moda guarda muchos secretos. Uno de ellos es el de su utilidad. Lo escribí hace tiempo. Jamás he presenciado un desfile de modelos, pero sí he visto imágenes estáticas o en movimiento en la prensa o los informativos de las cadenas de televisión. Es agradable la visión de esas mujeres prodigiosas, siempre que no representen la cruda realidad de la anorexia. Pero no he visto nunca por la calle a mujer alguna llevando los trapos que se pasean en las pasarelas. La moda es una cosa y la manera de vestirse, otra. Aunque se dan excepciones. Desagradables, pero excepciones, que es lo que cuenta.

Alsasua es una localidad navarra colonizada por el nacionalismo violento. Se sitúa en los alrededores del puerto de Echegárate, límite entre Navarra y Guipúzcoa. Allí nació, en una de sus antiguas e innumerables curvas, el primer restaurante «Príncipe de Viana» de los Oyarbide. Lo tuvieron que desmantelar y se instalaron en Madrid, con el «Príncipe de Viana» y posteriormente, con «Zalacain», dos templos de la gastronomía. Abandonaron su montaña por el parentesco con uno de los mayores canallas de la ETA. La mujer de Oyarbide era prima hermana de «Apala», un terrorista al que nada le importaba salpicar los prados de Echegárate con la sangre de sus familiares. Sí, ahí, muy cerca de Alsasua.

En ese lugar navarro, han organizado los etarras maduros su «Alsasua Fashion Week», primer desfile de moda que responde a la realidad del hábito indumentario. Todos se visten igual. Cazadoras, zamarras, sudaderas o jerseys negros y grises. Pasan del paseo y la foto a la calle. Dicen que son etarras «huidos», y no puedo creerlo porque estaban todos ahí. No se maquillan. El problema es que, por su aspecto, probablemente tampoco se duchan. En conjunto forman un grupo de desalmados estéticamente repugnantes. Y de cobardes. Tres mujeres, entre ellas Consuelo Ordóñez, se presentaron en la puerta del local donde se celebraba el «Alsasua Fashion Week» de terroristas, y ninguno de los modelos de muerte y vileza se atrevieron a mirar sus ojos. Había entre ellos alguna mujer, por escribirlo de alguna manera. Casi todos, ellos y ellas, más que maduros. Viejos terroristas, lejanos al respeto que producen los dibujos del tiempo cumplido y la presencia de las canas. Posado de gente muy mala, perversa, con el ánimo negro reflejado en sus rostros. Insisto. Aquel gran tonto de Sabino Arana, que hablaba de la belleza de la raza vasca, se llevaría un soponcio monumental si viera una foto de etarras reunidos. Resultan escalofriantes. Pero cumplen con la moda. Todos de negro o de gris, todos cobardes, todos feos, todos terroristas, todos sin vida, contagiados quizá de las muertes que ellos adelantaron a los inocentes que se cruzaron en su siniestro camino. Una porquería de grupo. Un atentado contra la estética humana y la dignidad física del pueblo vasco.

España es el único país del mundo donde los asesinos organizan convenciones, reuniones y toda suerte de eventos. Decía un elegante político de la transición que los congresos y convenciones sólo servían para salir de casa y culminar fornicios entre compañeros del partido. Me temo, a la vista de la fotografía, que este congreso de criminales en Alsasua, esta pasarela de la moda de la sangre, no va a terminar en los lechos. Los jabalíes tienen mejor aspecto que los etarras «huidos» y las cucarachas –también de negro– son más atractivas que las supuestas mujeres allí presentes.

Eso sí, la moda la llevan a rajatabla. Como su perversidad y su cobardía.