Enrique López
Altura de miras
Ortega tuvo muy claro desde un principio, y en sus propias palabras, que «la vida española nos obliga, queramos o no a la acción política». Ello le llevó a ser diputado en las cortes constituyentes de la Segunda República, precisamente por la provincia de León, pero al poco tiempo, analizando lo que a su entender era un mal camino de la República, le llevó, el 6 de diciembre de 1931, a pronunciar una sonada conferencia pública en el Real Cinema de Madrid, titulada «Rectificación de la República», en la que expresaba su descontento por el exacerbado regionalismo y el exagerado anticlericalismo, pidiendo un «Estado integral, superior a todo partidismo» y «un partido de amplitud nacional». Me resisto a pensar que los tiempos se repiten, y a que si Ortega viviera hoy, pronunciara igual conferencia, porque son tiempos muy distantes y sobre todo muy distintos, porque algo de lo que reclamaba lo tenemos hoy en día. Se afirma que la ciencia política es una ciencia moderna, siendo considerado «El Príncipe» de Maquiavelo, como la primera obra que la tiene por objeto. Pero ello no es así, «La República» de Platón, la «Política» de Aristóteles, «La República» de Cicerón o «Del gobierno de los príncipes» de Tomás de Aquino, demuestran que siempre ha habido un gran interés por los problemas de la convivencia humana. Platón nos decía que la familia es la primera sociedad, pero que la aldea y la ciudad satisfacen las necesidades no cotidianas del hombre. En el principio de concepciones políticas siempre nos encontramos un proceso ordenado de postulados dirigidos a producir efectos en la vida social y hasta en la misma conducta particular. En las sociedades modernas y democráticas, los partidos políticos han devenido en fundamentales, porque representan y articulan los intereses sociales y desarrollan funciones ordenadas a tales fines. Pero esto los dota de una gran responsabilidad, y más en este momento. España se encuentra en una época crucial de su historia, y sé que esto es una aseveración ayuna de la debida perspectiva histórica, pero estoy convencido de ello. Estamos ante una coyuntura histórica de cambio y evolución, y sobre todo de adaptación a un mundo que nos exige mucha mayor entrega y responsabilidad. Al que le toca gobernar, debe y tiene que tomar decisiones, intentando el máximo consenso, pero en cualquier caso cumpliendo con su obligación, porque el consenso es un medio y no un fin en sí mismo. Lo que los ciudadanos desean es que se satisfagan sus necesidades, y se solucionen los problemas. Los que se oponen a las decisiones, tienen plena legitimidad para ello, pero dentro de la discrepancia, debe haber una mínima lealtad; lealtad con España, con su Constitución, y sobre todo con los ciudadanos. La acción política, tanto desde el Gobierno como desde la oposición y la discrepancia, debe responder a esta lealtad, fundamentalmente pensando en los ciudadanos y sus necesidades, y no sólo en meros intereses de partido. Un momento como éste requiere políticos de raza, entregados a su ciudadanía, y no políticos de salón, encerrados en su ideología, su bandera y sus intereses. El paso del tiempo actuará de juez. Pero en esta responsabilidad, no sólo están concernidos los políticos como clase. Cualquiera que sale al escenario público, investido de algún tipo de representatividad, y opina, critica y protesta por acciones políticas, también debe hacerlo con semejante responsabilidad, y debe hacerlo inspirado en intereses públicos, y no solo de clase o corporativos, el momento lo exige, y el tiempo pondrá a todo el mundo en su sitio. Cuando se hace ejercicio de crítica y protesta pública, hay que explicar qué es lo que critica y porque, no se puede caer en descalificaciones generales y menos personales. Esta lealtad exige que además de esta debida explicación, se expongan alternativas y a poder ser constructivas; cuando para criticar una acción política se comienza insultando a un responsable político, por ejemplo llamándole fascista, o que «está muerto» como político, además de rezumar un discurso soez y tabernario, manifiesta una absoluta falta de profundidad de análisis y una gran pereza intelectual. España no está para descalificaciones, ni para hacerse trampas, el país necesita entrega y altura de miras, y cuanto mayor responsabilidad se ejerce o se pretende ejercer, mayor habrá de ser el esfuerzo. Por ello esfuerzo en la acción política y en su explicación, y también esfuerzo en la crítica y oposición, y sobre todo, teniendo muy claro que hay muchas cosas que mejorar y transformar. El hacer por hacer y el no por el no, ya no caben. Cicerón no concebía un mundo donde la gestión responsable de lo público no fuera el valor supremo, y esto permanece vigente hoy en día, pero en la gestión de la cosa pública son muchos los concernidos, y desgraciadamente, también muchos los desentendidos de este valor supremo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar