Alfonso Ussía

Amaya

El pico Amaya, lugar mítico para los cántabros. En la actualidad, el Pico, que fue fortaleza, y la villa de Amaya pertenecen a la provincia de Burgos, en su norte extremo, en el municipio de Sostresgudo. Hay otras localidades llamadas Amaya y Amayuelas en la provincia de Palencia, siempre Alta Castilla. Y Amaya es un nombre de mujer de origen montañés y castellano. También con raíces en las tierras vascas, sin la «Y», que es la ípsilon y no la iota de los griegos. Los vascos escriben «Amaia», porque la «Y» no figura en su analfabeto y no quieren saber nada de los fundamentos de Grecia, con Roma nuestra comadre cultural. Se dice que Amaya significa «la hija querida» o la «hija deseada». Otros sabios nos aseguran que es nombre de origen aymará, y ahí se me fastidia el argumento, porque el fundamento que me anima a escribir este artículo es la gran roca en las alturas, la fortaleza elevada, digna e inexpugnable.

En España tenemos una fortaleza Amaya que nada tiene que envidiar a la de roca. Es de Alcobendas. Amaya Valdemoro, que ha sido homenajeada y celebrada ahora que se retira del deporte de su vida, el baloncesto. En su familia es «la hija querida», en su patriotismo es una torre invencible, y en el deporte español, un lujo que se nos marcha. Nadie ha vestido la camiseta de España en más ocasiones. Pionera en los Estados Unidos, con tres anillos en su haber. Campeona de Liga y de la Copa del Rey. Campeona de Europa. Olímpica. Siempre con la cinta con los colores de España sujetando su pelo rubio. Mide 183 centímetros, y ello le garantiza una cierta tranquilidad respecto a los hombres. Al español le producen mucho respeto las mujeres altas, ignorantes que las bajitas son infinitamente más peligrosas, dicho sea con todo los respetos, que son capaces las feministas taponzuelas de presentarme una querella por esta pequeña broma.

Amaya ha sido homenajeada en su ciudad natal, Alcobendas. Cuando era niño, Alcobendas era un poblachón, lo mismo que la vecina San Sebastián de los Reyes. Mi familia estuvo muy ligada a ese pueblo que hoy es ciudad esplendorosa. Ahí ha recibido Amaya, además del cariño de todo el deporte español, la insignia de oro y brillantes de la Federación de Baloncesto. Y lo que le vendrá por justicia y honor de ahora en adelante.

A ella y sus compañeras –la capitana es la capitana–, les debemos muchos momentos de alegría y orgullo. Fuerte, como el origen de su nombre, se repuso de una fractura de las dos muñecas. Jugó con tremendos dolores y volvió a ser el espíritu de la Selección. También fue premiada y emocionó con sus palabras a todos los asistentes en nuestro periódico, una semana atrás. Y para mí, lo hago público, tiene un mérito que me llega al alma.

Amaya Valdemoro es lectora asidua de las novelas del marqués de Sotoancho, cuyo joven autor es persona muy cercana a la mía. En Moscú, para alegrar su concentración, leía por las noches las aventuras del Cristián Ildefonso Laus Deo María de la Regla Ximénez de Andrada, Belvís de los Gazules, Valeria del Guadalén y Hendings, octavo marqués de Sotoancho. Cuando he llamado a La Jaralera para contárselo, casi fallece del episodio vascular que le ha producido la alegría. Me decía Amaya que una jugadora rusa le preguntó el motivo de su sonrisa. –Si le explico a la rusa lo del marqués se hubiera vuelto loca–. Pero además de una deportista extraordinaria, que forma parte de la cumbre del deporte español, Amaya Valdemoro es una mujer maravillosa, una fortaleza que merece que todos los aficionados al deporte le agradezcan su talento y su amor a España. La gran capitana.