Marta Robles
Amenazas virtuales
Tengo una amiga que presume de ser «tecnológicamente libre». Pero claro, aunque la frase suena tan potente como para darle la enhorabuena, lo cierto es que, por mucho que no utilice el WhatsApp ni ninguna otra aplicación y que lo más que haga con el teléfono sea llamar, le sentaría como un tiro perder la agenda de su móvil o que le bloquearan el paso a su ordenador, probablemente tan cargado de «documentos confidenciales» como los del resto del universo. Eso no significa que ni el suyo ni los de casi nadie contengan la información sobre los ovnis del Pentágono, pero sí que suelen ser asuntos privados que no se desea compartir y a los que se quiere acceder sin que ningún delincuente virtual lo impida. Por desgracia, los piratas informáticos están a la orden del día y, visto que ya hay virus que se muestran como lobos con piel de cordero, lo más inteligente, por si acaso alguien pretende secuestrarnos esa alma que vuela por nuestras máquinas personales, es, aparte de extremar la prudencia ante los correos que nos son ajenos, por mucho que tengan apariencia institucional, que no olvidemos hacer copias privadas de nuestros contenidos en discos externos.
Eso no evitará que los «hackers» malvados, a través de unos u otros virus, puedan utilizar la propia información, una vez que acceden a ella, pero sí que impidan el paso a sus propietarios. El riesgo completo es imposible que desaparezca; pero antes de los ordenadores la vida estaba llena de otros peligros que se han mermado gracias a ellos. Que ahora las amenazas sean más virtuales es, simplemente, el peaje a pagar derivado de los nuevos tiempos.
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