Paloma Pedrero
Amor
He visto en el cine «Amor» , de Michael Haneke. Apenas había gente en la sala. Quizá por miedo a la historia. La de una mujer –interpretada magníficamente por Emmanuelle Riva– pianista importante, que a los ochenta sufre un fallo cerebral que le paraliza medio cuerpo. Es, como dice el título, una grandiosa historia de amor entre un matrimonio al que le toca vivir el tramo final de uno de ellos, ella en este caso. Una pareja de esas que a mí me gustaría haber logrado, o lograr todavía. Un amor diferente. Una relación de respeto, admiración, cariño y necesidad mutua. Un formidable milagro.
Pero «Amor» es, primordialmente, una película que trata sobre la dignidad humana. Ella y él luchan con ímpetu para que ese deterioro físico –que tiene un inmenso paralelismo con el regreso a la pequeñez, al núcleo, al útero materno– sea una aventura tan noble como lo es gestarse y nacer. En «Amor», los protagonistas, de marcado temperamento francés – no podría contarse igual con nuestra impulsividad mediterránea– dedican ese último tramo de la vida a entenderse, a cuidarse, a luchar contra esa corriente brutal que está afuera. Esa moda que consiste en aparcar a los viejos y a los enfermos en ciudades fuera del mundo; en residencias en las que los enfermeros no pueden, hasta por protocolo, amar a sus pacientes; en hospitales para desahuciados en los que son las máquinas la única música de los moribundos. Aquí, en esta película, que hay que ver porque todos hemos de saber qué puede ocurrir en el concluir de la vida, un hombre y una mujer se hacen fuertes contra el mundo y construyen un final tan hermoso como el principio humano. Una gloriosa historia de amor.
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