Joaquín Marco

Angela Merkel, III

Mientras por aquí andamos distraídos con las preguntas del no referéndum catalán y con las implicaciones de algunos clubes de fútbol en asuntos económicos poco claros, la canciller alemana acaba de definir las propuestas del gobierno de concentración que deja sin oposición, en la práctica política, a la Cámara de Diputados de Alemania, al sumarse las dos grandes formaciones. La Unión Demócrata Cristiana (CDU) añade a los cinco principales ministerios los tres de su socio bávaro (CSU), que equivalen en número, aunque no en importancia, a los que ha conseguido el Partido Socialdemócrata (SPD). Algún comentarista nacional decía contemplar con envidia la capacidad de los alemanes para formar estas grandes alianzas que dejan a la oposición sin un resquicio. Bien está que ante los grandes problemas de estado los partidos sepan aliarse para determinadas emergencias. En Alemania existe ya una tradición de grandes formaciones, puesto que así fue la primera de las tres legislaturas que ha logrado Angela Merkel. Ella va a ser la directora de una orquesta que con seguridad no desafinará: «De parte de la CDU les prometo que nos vamos a poner al trabajo con entusiasmo y dedicación y que vamos a ser socios leales», declaró.

La confección del Gobierno no ha sido tarea fácil, sino un laborioso encaje de bolillos en el que ha contado sobre todo el interés nacional alemán. Pese a ello, Merkel no alcanzó la totalidad de votos previstos en la investidura: 462 a favor, 150 en contra y 9 abstenciones. Se afianza, asimismo, la figura del socialdemócrata Sigmar Gabriel que actuará como vicecanciller, pero no hay que confiar en que se desvíe mucho de la ruta trazada por la poderosa Angela, que ha sumado su tercer éxito consecutivo en las elecciones. La austeridad seguirá rigiendo en el ámbito económico. Wolfgang Schäuble, nuestro antiguo conocido, repite en el Ministerio de Hacienda. De hecho, ha dejado poco espacio a caras nuevas, ya que la mayoría de ministerios han pasado a manos de gente experimentada y próxima a su política, como es natural. Ello no quiere decir que el peso de los socialdemócratas sea despreciable. El Ministerio de Exteriores, por ejemplo, ha ido a parar a manos de Frank-Walter Steinmeier, quien ha visitado ya, junto a la canciller, al presidente francés y a su Ministro de Asuntos Exteriores en uno de los momentos más delicados de las relaciones del eje. Tal vez la presencia de un socialista alemán en el escenario suavice unas relaciones que no han sido fáciles en los últimos meses. Esta primera visita, tras el acto de constitución del nuevo gobierno, de carácter protocolario, permite visualizar el núcleo franco-alemán que sigue subsistiendo, pese a todo. Pero lo que no varía es el éxito de su formación, que va a apuntarse cualquier logro del gobierno, venga de donde venga, ya sea de su propio partido o de los que hasta ahora constituían su oposición. Su abrazo del oso es temible, porque los socios de gobierno quedan siempre muy debilitados ante esta unidad de poderes. Emerge la figura de la Ministra de Defensa, de meteórica carrera política, Ursula von der Leyden, que desde el Ministerio de Familia en 2005 fue trasladada en 2009 al de Trabajo. Madre de siete hijos, es una estrella ascendente que en el caso de que la cancillera dejara su puesto, en las todavía lejanas y futuras elecciones, podría presentarse. Signar Gabriel va a ocuparse de un hueso duro de roer, nada menos que el Ministerio de Economía y Energía. Fue el alma de la consulta sobre la coalición que celebraron los 475.000 militantes del SPD. A él le corresponderá la tarea, nada fácil, de la transición de la energía nuclear a las alternativas y vencer las presiones de las grandes compañías.

El objetivo de alcanzar un acuerdo sobre el salario mínimo, elemento clave de la promesa socialdemócrata, se retrasa en el tiempo, pero de alcanzarlo ya se habrá devaluado por el probable desfase inflacionario, que sigue siendo una de las grandes preocupaciones de la canciller. Los 504 diputados de esta aplastante mayoría tiene una oposición formada por dos partidos (el liberal FDP, antes en el gobierno, ha sido fagocitado al no alcanzar el 5% en las recientes votaciones), Die Linke (a la izquierda de SPD y en el que hay un reducto comunista) con 64 diputados y los verdes que contarán con 63. Su posición resultará casi testimonial y visto el duro reglamento de las cámaras han solicitado más tiempo para las intervenciones. Éste será el espejo en el que vamos a contemplarnos en los próximos años. Se esperan muy pocos cambios, pese al vuelco que supone la gran coalición. Los países del Sur seguiremos observando la expansión alemana hacia el Este, como sucede ahora en Ucrania y antes en Polonia. Allí se entiende que se encuentra el gran caladero comercial, donde las operaciones económicas pueden resultar más rentables. Pero allí también, al acecho, se advierte a Rusia que no va a dejar escapar países tan vinculados por estrechos lazos económicos que han de resultarles favorables, aunque su población se manifieste deseosa de integrarse en la Unión. Nuestro futuro, como nuestro presente, está ligado a estas elecciones que nos son ajenas en la forma, pero trascendentales en el contenido.