José Luis Requero
Aquellas pequeñas cosas
Fue un pleito curioso. El cantautor Luis Llach había colaborado a comienzos de los ochenta con el Partido Socialista en contra de la integración de España en la OTAN. Pero cuando llegó a gobernar, ese partido cambió, organizó un referéndum surrealista y España sigue en la OTAN. Tal fue su cambio que un destacado socialista llegaría a ser el secretario general de la OTAN. Engañado, indignado, el cantautor demandó al Partido Socialista. Y ése fue el pleito.
No entro en detalles jurídicos. Quien quiera conocerlos tiene a su disposición la sentencia de 21 de junio de 1986 que dictó un buen juez, Jesús Peces Morate, hoy magistrado emérito del Tribunal Supremo. Analizó con rigor la relación jurídica entre el votante y el partido votado, si una promesa electoral es una obligación jurídicamente exigible. Concluyó que no había título, en términos jurídicos, capaz de generar un derecho subjetivo, luego la relación queda en el ámbito de la coherencia, del respeto hacia los electores. Es una obligación moral.
Olvidada, releí esa sentencia hace poco y por aquello de ahorrar espacio la escaneé. Al encerrarla en una carpeta de mi ordenador, que hace las veces de trastero digital, me encontré con otro documento también olvidado. Al leerlo me vino a la cabeza esa canción de Serrat, «Aquellas pequeñas cosas». En su lirismo, canta a esas pequeñas cosas olvidadas que al cabo del tiempo encuentras pérdidas «en un rincón/en un papel/en un cajón». Como digo, prosaico yo, encontré la mía en las tripas del ordenador. Acaba la letra con las lágrimas que a escondidas, «cuando nadie nos ve», se derraman al descubrir esas pequeñas cosas que nos devuelven recuerdos. Pura nostalgia que, como toda algia, duele.
Esa «pequeña cosa» que encontré era el documento que el Grupo Parlamentario Popular entregó en 2009 al Congreso de los Diputados oponiéndose a lo que luego fue la vigente «ley proaborto». Sostenía su inconstitucionalidad, defendía la vida y la dignidad de la mujer. Lo firmaba la entonces portavoz del Grupo Popular, Soraya Sáenz de Santamaría y sirvió para construir en buena medida el proyecto de ley que él mismo partido retiró hace unos meses.
En el caso del golpe de timón atlantista se me podrá decir que feliz timonazo, que el tiempo ha demostrado que de haber seguido por semejante trocha anti OTAN habríamos acabado mal, que gracias a la OTAN tenemos un Ejército moderno y unos militares altamente cualificados. No puedo decir lo mismo del aborto. Jamás podrá ser un final feliz convivir con la conciencia del millón largo de vidas humanas eliminadas desde 1985, parte de las cuales pesan, o deberían pesar, en la conciencia de aquellos que desde 2012 pudieron cambiar las cosas y, además, habían prometido hacerlo.
Por buscar algo positivo, busco y rebusco y sólo encuentro que, en el fondo, aquí sí que hay política de Estado. Hace unos días leí que uno de los «cabezapensantes» de Podemos trabajó para el Partido Socialista en el diseño de la Educación para la Ciudadanía, uno de cuyos postulados es el aborto tal cual es hoy. Pues bien, por fin conservadores, socialistas, comunistas, separatistas, antisistema y chavistas están de acuerdo en algo: que una madre que acaba con la vida del hijo que espera ejerce un derecho; un derecho de obligada enseñanza en colegios y universidades, un derecho que todos debemos financiar con nuestros impuestos. Y un derecho consustancial a la ideología de género, ese silente veneno inoculado en nuestro lenguaje, en nuestras leyes, que los actuales conservadores invocan ignorantes de la mercancía que manejan, mismamente en el último Consejo de Ministros.
Serrat canta a esas pequeñas cosas que creíamos muertas por «el tiempo y la ausencia» pero, traicioneras ellas, regresan: «su tren / vendió boleto/ de ida y vuelta», como «un ladrón / te acechan/detrás de la puerta». Como esa sentencia de Llach, como esa otra «pequeña cosa» olvidada –evitar la muerte de miles de seres indefensos– que acecha, no detrás de la puerta, pero quizás sí detrás de una urna, detrás de un voto. Me contentaría que acechase tras la conciencia de más de uno, de una y que derramasen una lágrima cuando nadie los ve. Al menos habría esperanza.
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