Julián Redondo

Arrebato del Sevilla

En el estadio de la Juventus había numerosos asientos vacíos en la zona noble, donde la UEFA hace acopio de entradas, en perjuicio de la afición, y gobierna cual sátrapa en cochiquera. Con la expectación que despierta la final de Lisboa sería justa y necesaria una reflexión para no reincidir en el yerro. La avaricia es tan mala como desaliñado el aspecto del rey Platini en el palco, al lado del elegante Príncipe Felipe. Pero donde prevalece el principio de autoridad es en el campo. Sugieren los cancheros que el central más guapo tiene que ser como el «Cata» Díaz y la primera patada del partido la debe arrear tu equipo para marcar territorio, ¡que se sepa quien manda! En un minuto, Fazio y Alberto Moreno entraron a por tarjetas al supermercado de Felix Brych y las vieron. Consecuencia de la sobreexcitación de Moreno, que antes de la media hora Sulejmani, hombro inmóvil, gestos de dolor, pidió el cambio.

Antes del comienzo de esta final, se supo que Thiago Alcántara, uno de los treinta de Vicente Del Bosque con vitola de 23, había recaído de aquella lesión de rodilla del 29 de marzo. La noticia es mala para la selección española, aunque facilite al entrenador la siempre difícil labor del descarte –ya sólo sobran seis–, y horrorosa para el futbolista, que piensa en jugar europeos, mundiales o encuentros como éste que el Benfica afrontaba amenazado, siete finales después, por la eterna maldición de Bela Guttmann, entrenador húngaro que tras ganar dos Copas de Europa con aquel equipazo liderado por el mítico Eusebio, no fue renovado. Hace 52 años sentenció: «Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una Copa en Europa».

Agotados los 90 minutos de la final de la Liga Europa, y la prórroga, con los futbolistas de los dos equipos más tiesos que la mojama, Guttmann alargó los brazos del guardameta Beto, que detuvo dos. Y el arrebato, sevillista. Natural.