José Luis Alvite
Arrodillarse o caer
Suele decirse que el hombre de pensamiento se opone al hombre de acción y que para que una sociedad progrese se necesita que ambos concurran en las proporciones adecuadas. Ernest Hemingway era un hombre de acción que escribía de aquellas cosas que había vivido y no apreciaba mucho a sus colegas reflexivos y comedidos que preferían recrearse en un razonamiento antes que ceder a un impulso. Supongo que Hemingway no era un hombre carente de introspección y que su obra no fue el resultado de una excitación permanente, ni la consecuencia de haber supeditado la gramática a la furia. De hecho, tenía una cabeza portentosa, capaz de las mejores ideas, aunque también es cierto que cuando le fallaba la inspiración, podía emplear la cabeza para abrir la puerta y salir a la calle. Muchos de sus relatos están escritos con frases cortas y áridas, en el estilo fulminante propio de alguien que no concibe apagar la sed sin abrir la cerveza con los dientes. A veces la política necesita de hombres así, contundentes y entusiastas. A veces recapacitar para no equivocarse es el peor error que puede cometer un hombre. Muchas batallas las ganaron los soldados gracias a haber desobedecido una orden del alto mando que parecía demasiado razonable para ser conveniente. Pensando en el presidente Rajoy, me atrevería a aconsejarle que tome sus decisiones teniendo presente que no hay una sola herida cuya curación no sobrevenga después de algún dolor. Si hay que pedir perdón, adelante. A veces la decisión de arrodillarse libra a un hombre del riesgo de caerse. El país no puede detenerse en juegos florales. Hay que seguir adelante como sea. A veces el mejor presidente es aquel que por su decidida honradez se gana a pulso la suerte de perder las próximas elecciones.
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