César Vidal
Arteta-Stendhal en 1980
Decía Stendhal que la novela es un espejo que se desplaza a lo largo del camino. Se discutirá si semejante definición es aplicable a todas las novelas, pero no cabe duda de que es adecuada para las obras maestras que él mismo legó a la posteridad. Si hoy en día existe un director de cine español absolutamente stendhaliano es Iñaki Arteta. Lo he vuelto a comprobar contemplando «1980», su última película. En ese año crucial de la Transición, puente entre el Estatuto vasco y el golpe del 23-F, ETA asesinó más que nunca. Fue así porque nunca deseó la democracia, sino el triunfo de un proyecto nacionalista y porque contaba con respaldos nacionales e internacionales de no escasa envergadura. Arteta lo ha sabido describir en «1980» mediante la técnica especular de Stendhal. La mujer que recuerda cómo asesinaron a su padre, que ya nunca le pudo regalar un osito de peluche, descubierto después en un armario; el testigo que rememora cómo la gente del pueblo apuntaba a un guardia civil herido para que los terroristas pudieran rematarlo; el hijo que confirma cómo ETA se nutría del secuestro y la extorsión; el antiguo político que señala cómo el crimen estaba íntimamente relacionado con la ideología nacionalista y cómo la llegada de Arzalluz a España impidió el fin de ETA; el nacionalista vasco que tiene el cuajo de afirmar que los asesinatos de ETA beneficiaron al PP, el antiguo político de AP que subraya cómo los terroristas se cebaron en el centro-derecha evitando rivales al PNV son sólo algunas de las imágenes recogidas por Arteta. Pero no se trata sólo de esas historias. En realidad, lo más sobrecogedor es contemplar cómo el mensaje nacionalista ha envilecido desde hace años a un sector de la sociedad española que justificaba los crímenes con el «algo habrán hecho», que sólo deseaba que los familiares del asesinado se marcharan, que consiguió que no pocas víctimas intentaran disculparse ante los criminales alegando que su padre o su marido no habían hecho nada y que incluso legitimaba religiosamente las peores atrocidades. El trato recibido por las víctimas del terrorismo, el olvido consciente e interesado de una parte más que considerable de la sociedad vasca, que se sabe colaboradora con el terrorismo, y la colaboración de las más diversas instancias son aspectos que dejan sin respiración en esta gran película, una película surgida de un compromiso ético que nos recuerda que no podemos pasar página ante el horror nacido de las entrañas del nacionalismo.
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